martes, 31 de agosto de 2010

Los caza-fantasmas no paran

Cuando en un pueblo se utiliza muy a menudo el vocablo «democracia» (gobierno del pueblo), seguramente está ocurriendo todo lo contrario.

Como decía en artículos anteriores (1), usamos el lenguaje para disminuir nuestra angustia.

Si logramos emitir la palabra que representa a lo que nos angustia (atemoriza), sentiremos un alivio nada despreciable.

Por el contrario, cuando lo que nos angustia, no sabemos cómo expresarlo (porque no conocemos la palabra que lo representa, lo simboliza), nos mantenemos en un estado de continuo estrés, que algunos llaman «apronte angustiado», esto es, estar en guardia, mantenernos en una especie de alerta pero con el agravante de que no sabemos cómo será lo malo que nos ocurrirá, qué forma tiene lo amenazante. Nos sentimos perseguidos por fantasmas.

Cuando este estado anímico predomina en un colectivo (provincia, gremio, nación), los expertos en comunicación o manipulación de masas (políticos, empresarios, oportunistas), pueden aprovechar la ocasión para proponer el enemigo (fantasma persecutorio) que mejor conviene a sus intereses.

Imaginemos que un líder tan ambicioso como Hitler, en su afán de controlar el planeta, observó que el pueblo alemán padecía colectivamente ese estado que algunos denominan «apronte angustiado» (miedo no se sabe a qué).

Ingeniosamente publicitó la idea de que los culpables de todos los males del pueblo alemán, eran los judíos (fantasma combatible).

Cualquier persona hambrienta, disminuye sus expectativas gustativas y hasta puede encontrar delicioso lo que en estado de saciedad rechazaría.

La propaganda muy efectiva del persuasivo Hitler, logró que un pueblo angustiado como el alemán de esa época, aceptara sacrificar la vida de millones de inocentes.

La misma fobia, convicción y miedo que nos crearon hacia el tabaco, las carnes rojas, George Bush o Hugo Chávez, tuvieron los alemanes —gente como usted y como yo— hacia los judíos.

¿Por qué seremos tan manipulables?

(1) El ansiolítico de la Real Academia Española

Si es inteligente, se cree tonto


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Si es inteligente, se cree tonto

Es de uso corriente rememorar frases muy antiguas, tales como «conócete a ti mismo», «sólo sé que no sé nada».

En otro artículo (1) les comentaba que aprendemos a hablar, desesperados por el terror que nos provocan amenazas reales o aparentes, que aparecen en nuestras vidas cuando somos más vulnerables que nunca.

Luego, seguimos hablando (o escribiendo) porque de esa manera sentimos que lo dicho (o redactado), se convierte en algo controlable y deja de ser atemorizante.

En otras palabras, cuando hablamos completamos el proceso digestivo de algún concepto que nos costaba asimilar, nos costaba convertirlo en propio.

El estudio que precede a eso que decimos o escribimos y publicamos, es equivalente a la digestión del tema.

Todas las conferencias, libros, cursos o simples conversaciones, refieren a un tema que interesa a quien los expone.

Ese interés es una forma de angustia.

Estar preocupados por los pueblos que pasan hambre, o por las comunidades que padecen enfermedades, o por las regiones que están en guerra, no es otra cosa que sentir el temor personal a padecer hambre, alguna enfermedad o a ser atacados por otras personas.

Quienes nos comunicamos utilizando algún medio visual, auditivo o gráfico, usamos el lenguaje para tranquilizarnos:

Los pequeños, al principio sólo gritan o lloran. Luego, sin abandonar estos mensajes tan abarcativos como inespecíficos, incorporamos palabras para mejorar la comunicación, la eficacia y los resultados obtenidos.

Un grito es una palabra (un significante, un mensaje, una señal) que, para el emisor, contiene todos los significados que piensa mientras grita (¡socorro!, ¡ayúdenme!, ¡basta!, etc.).

Las consignas del tipo «conócete a ti mismo», son pronunciadas por quienes buscamos apaciguar la angustia que nos provoca constatar lo poco que nos conocemos y nos desangustiamos aún mejor agregando: «sólo sé que no sé nada».

(1) El ansiolítico de la Real Academia Española

Nota: La imagen corresponde al cuadro del pintor noruego Edvard Munch (1863-1944), titulado El grito.

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El ansiolítico de la Real Academia Española

Es frecuente escucharnos hablar de la violencia, la inseguridad y —en general—, de los factores angustiantes de la vida.

Existe una aseveración muy dramática que dice: «somos hijos del rigor».

Según esta afirmación, los seres humanos sólo respondemos adecuadamente si somos castigados, si se nos impone una disciplina con firmeza. Algunos repiten «la letra con sangre entra», otros dicen que «es preferible ser temido a ser amado».

Claro que estas recetas, siempre son de aplicabilidad a todos menos a quien las propone. Los que tienen inconducta, los negligentes, los malos ciudadanos, son los otros.

Los niños, entre risas, gorjeos y llantos, padecen mucho miedo.

Los pequeños estarían particularmente expuestos a sentirse horrorizados.

El miedo no es a caerse, ni a ser heridos, ni a tener dolores físicos, sino a ser abandonados.

La ausencia de la madre —o de cualquier persona que él considere protectora—, le hace temer que lo dejaron sólo y que será atacado por todas esas cosas extrañas que ocurren en un entorno al que desconoce casi por completo.

Bajo ese estado de terror, el niño sufre de angustia y —con sus escasos recursos— busca soluciones.

Si un pequeño no ve a su mamá —porque se despertó sólo en su dormitorio—, se aterra si oye por primera vez el canto de un gallo.

El llanto o el grito desesperado, resolverá el problema en poco tiempo porque alguien acudirá a devolverle la tranquilidad.

Sin embargo, recordará ese (breve pero interminable) período que estuvo desprotegido, horrorizado y angustiado.

El miedo al abandono hará que aprenda a decir cocorocó (ó quiquiriquí) porque eso le hará sentir que controla al temible gallo.

Conclusión: los humanos aprendemos el lenguaje por temor, pues pensamos que hablando, controlamos (conjuramos) lo que nos angustia (violencia, inseguridad ciudadana, enfermedades).



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Unos contra otros a favor de todos

En otro artículo (1) comparaba el funcionamiento de una sociedad organizada con un organismo humano, haciendo especial hincapié en los recursos que cada ciudadano-célula necesitan para desempeñar el rol social o biológico (respectivamente) que tienen asignado.

Eso me lleva a pensar que la cantidad de riqueza está mal distribuida tanto en la sociedad como en la biología.

Y ahora digo que el error está en el adjetivo «mal».

Si en nuestra filosofía consideramos que algo está mal, seguramente estaremos pensando que eso se opone a nuestra existencia como individuos o como especie.

En otras palabras, dado que para los seres vivos no existe otra misión (2) que la de conservarse individual y colectivamente, entonces está mal (merece ese adjetivo) todo lo que de una u otra manera pueda constituir un obstáculo para el mejor desempeño de esa única misión.

Es posible agregar otro ingrediente a esta reflexión que comparto con usted.

Ese fenómeno vida depende de los estímulos agradables y desagradables que nos impone y ofrece la naturaleza.

Tanto el dolor como el placer (3), nos ponen en movimiento para realizar tareas que, si no las hiciéramos, dejaríamos de vivir (comer, evacuar, descansar, reproducirnos).

Estas ideas, tomadas como premisas válidas, nos permiten suponer que para que ocurra lo único que realmente importa (vivir),

1º) todos necesitamos recursos materiales (alimentos, abrigo, dinero);

2º) dados nuestros roles biológicos, sociales, naturales, algunos necesitan (consiguen y tienen) más recursos que otros (riqueza);

3º) estas diferencias de patrimonio entre unos y otros, causa indignación en muchas personas;

4º) la indignación proviene de interpretar como mala esa despareja distribución de los bienes terrenales;

5º) esa indignación genera malestares personales y colectivos;

6º) el malestar es necesario para que el fenómeno vida no se detenga;

Conclusión: la lucha entre pobres y ricos, felizmente molesta y es natural.

(1) El injusto proveedor sanguíneo

(2) Ver Blog La única misión

(3) Ver Blog Vivir duele


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«¿Idiota yo? ¿Qué me quiere decir?»

Todos tenemos una idea aproximada de cuáles son nuestros derechos y obligaciones, pero cuando otro ciudadano (o el estado) nos acusa de alguna falta, transgresión o delito, tenemos que recurrir a un abogado para que se encargue de atender la demanda de la que somos objeto.

Los abogados están formados para que la justicia de cada país aplique las sanciones con la mayor justeza posible.

Metafóricamente, se acostumbra decir que el ciudadano transgresor, debe «pagar su deuda con la sociedad», cumpliendo estrictamente la sanción que los legisladores alguna vez determinaron, para ser aplicadas a quienes incumplieran las leyes que ellos mismos redactaron.

Esto también puede aplicarse en el terreno de los impuestos.

Para solventar los gastos del Estado, los legisladores establecieron que cada uno de nosotros contribuyera con cierta cantidad de dinero.

En este caso, son los contadores quienes están formados para que la justicia tributaria de cada país, aplique las sanciones con la mayor justeza posible, a quienes cometan algún tipo de evasión fiscal.

Todas las normas (de la legislación civil, penal y tributaria), están escritas en el idioma de sus destinatarios. En nuestro caso, están escritas en castellano.

Esto permite pensar que cualquier que sepa leer, podría ser abogado o contador.

¡Nada más lejos de la realidad!

En todos los países e idiomas, es preciso estudiar mucho para saber qué significan realmente esos textos legales.

Suele pensarse que cuando un texto está en otro idioma, no hay más que traducir palabra por palabra con un diccionario, para convertirlo a otro idioma.

No es así. Los traductores deben comprender qué quiso decir el autor y luego tratar de expresarlo con el nuevo lenguaje.

A las leyes también hay que traducirlas para poder aplicar, en los hechos, lo que los legisladores quisieron decir («el espíritu de la ley»).

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Los dos significados de «humildad»

Hoy pensé la siguiente reflexión:

1) Algunas personas puede estar siendo muy influenciadas por el doble significado del vocablo humilde.

Efectivamente, cuando decimos que alguien es humilde, podemos estar queriendo decir dos cosas bastante diferentes:

a) Que es sumiso, obediente, dócil, manso, carente de engreimiento o vanidad; o

b) Que vive en la pobreza, modestamente, con escasos recursos materiales.

2) Ingresar en la cultura nos da trabajo, nos impone restricciones, hasta podría decirse que nos mortifica.

Quienes no pueden hacerlo, terminan comportándose de tal manera que la sociedad los juzga, condena y castiga.

En los institutos correccionales (prisión, penitenciaría, reformatorio, hospital psiquiátrico), es habitual que a los internados se los obligue a realizar tareas humillantes (1).

El objetivo manifiesto de este procedimiento reeducador, se basa en la creencia según la cual, los actos antisociales derivan de un exceso de arrogancia, egoísmo y narcisismo.

3) La prestigiosa institución mundial por todos conocida como Alcohólicos Anónimos posee un texto de referencia titulado Doce pasos y doce tradiciones.

Nada menos que el primer Paso dice: «Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables. »

Esta no es otra cosa que una declaración de humildad.

Conclusión:

i) Nuestro idioma confunde docilidad con pobreza material. Los confunde porque resume en un mismo vocablo (humildad), ambos conceptos.

ii) Como consecuencia de esta confusión provocada por una ambivalencia lingüística, es razonable proponer que algunas personas prefieren soportar las carencias materiales en vez de moderar sus impulsos narcisistas.

Cuando digo «prefieren», quiero decir (basado en la premisa de que el libre albedrío es una mera ilusión), que «no pueden evitar» las carencias materiales porque tampoco «pueden evitar» ser arrogantes, orgullosos, vanidosos.

O sea, la cultura nos exige ser humildes. Los que no pueden lograrlo en su carácter, terminan siéndolo en lo económico.


(1) La humillación terapéutica

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lunes, 9 de agosto de 2010

Águilas y gallinas

Pelar o desplumar significa literalmente quitarle las plumas a un ave, pero también significa (según la Real Academia Española), quitar los bienes a alguien y más específicamente dejar a alguien sin dinero.

Como nuestra psiquis utiliza a los símbolos como unidades conceptuales, acá tenemos algo que pensar sobre qué son las plumas para la psiquis humana.

Observe que en nuestra mente, están asociadas las plumas con los bienes, y especialmente con el dinero.

Observe también que a nadie se le ocurre pensar que cuando alguien dice «estoy pelado» —para significar «no tengo dinero»—, no se compara conscientemente con un pájaro.

Sin embargo tenemos todos los elementos para suponer (no asegurar), que inconscientemente, los bienes materiales son comparables con las plumas de un ave.

Por su parte, un experto en muchos temas, como lo fue el catalán Juan Eduardo Cirlot (1916-1973), en su ensayo titulado Diccionario de símbolos, señala que, los simbolismos referidos a las aves, aluden genéricamente a los aspectos espirituales del ser humano.

En una conclusión primaria, podemos decir —por simple deducción psicológica—, que si existe una expresión verbal que refiere a pelar o desplumar, alude (connota, sugiere, sobreentiende) a que alguien pierda su espíritu, su alma y más concretamente, que muera.

Por ejemplo, si oímos decir: «A Fulano lo desplumaron jugando al póquer», sobreentendemos que le quitaron todos los bienes, el dinero y que virtualmente quedó muerto (económicamente fundido, empobrecido, insolventado).

A partir de estos pocos elementos psico-lingüísticos, podemos construir muchas hipótesis que traten de explicar por qué alguien puede tener dificultades para ganar y retener el dinero.

Algunas personas admiran las aves. Entre estos, algunos valoran las plumas. En este segundo subgrupo, algunos asocian inconscientemente plumas con bienes materiales.

Ciertos integrantes de este tercer subgrupo, pueden querer volar alto (riqueza) o volar bajo (pobreza).

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La causa psicolingüística de la pobreza patológica

Entre los hispano-parlantes, estamos casi todos de acuerdo con que el color negro representa (simboliza) varias ideas negativas.

Me refiero a: muerte, luto, tristeza, noche, tiniebla, oscuro, pozo, inferior, pecado, delito.

Un objeto negro es visto así porque este color absorbe toda la luz que recibe. También podemos decir que es un no-color, porque efectivamente, no posee ninguno, en contraposición con el blanco que los contiene a todos combinados.

Desde este punto de vista, como también asociamos luz y color con vida, es lógico que interpretemos a la oscuridad y al no-color con muerte, duelo y
tristeza.

La psicolingüística es la ciencia que estudia los efectos psicológicos del lenguaje.

Utilizan varias hipótesis que parecen razonables y, sobre todo, explican ciertos fenómenos de forma más creíble que otras teorías.

Por ejemplo, las dictaduras prohíben la utilización pública de ciertos vocablos e imponen otros, porque esa administración del léxico favorece la conservación del poder.

En otro orden, oímos decir no-vidente en vez de «ciego», o persona con capacidades diferentes en vez de «mogólico», o daños colaterales en vez de «matanza negligente de civiles en una acción bélica».

Según los psicolingüistas, el lenguaje impacta de forma diferente en nuestra conciencia e inconsciente.

Un vocablo nos induce evocar ciertas ideas a nivel consciente, pero nos provoca una reacción igual, similar o diferente, a nivel inconsciente.

Por ejemplo, la palabra «piano», nos recuerda el instrumento musical, pero no podemos descartar la hipótesis de los psicolingüistas según la cual, en nuestro inconscientemente resuene como «no pía» e inmediatamente como «pollito muerto».

Si utilizamos estas ideas tan poco conocidas, podemos pensar la siguiente:

El vocablo dinero, nos evoca conscientemente valor monetario, billete, precio, etc., pero inconscientemente, puede resonar como

di-negro, es decir, «di muerte», «di luto», «di tristeza»

y, por esta causa, nos disgusta hablar de dinero.

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Pobres necesitados y ricos deseantes

Todos tenemos necesidades y deseos.

A los efectos de este artículo, nos alcanza con decir que una necesidad, es la carencia de cosas que son imprescindibles para la conservación de la vida (comida, abrigo, afecto).

Pero no puedo hacer lo mismo para definir qué es un deseo.

Parecería ser que el lenguaje no es tan eficiente para lograr una buena descripción.

Quien se expresara con estilo coloquial, diría: «No tengo palabras para explicar qué es desear».

Pero, dentro de tanta ineficiencia lingüística, algo podemos enunciar.

Los psicoanalistas amamos estudiar, discutir, opinar sobre el deseo.

Supongo que este gusto proviene de la propia dificultad, o porque constituye un desafío ideal para nuestra vocación, o porque imaginamos que nunca surgirá una respuesta que cancele las indefiniciones y por eso, con el deseo, nunca nos quedaremos sin trabajo.

Estamos casi todos de acuerdo en que el deseo es una rememoración de experiencias tempranas, en las que tuvimos satisfacciones tan intensas, que pretendemos repetir.

Las ganas de revivir aquellas sensaciones (ser mimados, protegidos, recibir regalos, sentir que estamos fusionados con el entorno, no tener responsabilidades, imaginarnos omnipotentes, poseer ideas mágicas), eso es desear.

Pero también están los derivados adultos del deseo infantil.

Uno de ellos es la codicia, el afán de tener más y más, sobrepasando el límite de lo realmente necesario para vivir. El esfuerzo por acaparar, acumular, ahorrar ilimitadamente.

Otra expresión adulta del deseo es lo que la moral católica denomina concupiscencia, que define como el apetito descontrolado de placeres pecaminosos (según la propia definición católica de lo que es pecar).

Entonces: Los pobres trabajan para cubrir sus necesidades vitales y los ricos empresarios —que las tienen sobradamente atendidas—, trabajan para satisfacer sus deseos.

En suma: la sociedad, como si fuera un individuo, trabaja para cubrir necesidades (pobres) y deseos (ricos).

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Club Goleadores de Fútbol

Al lenguaje humano, lo usamos como una herramienta o como un arma.

Lo usamos permanentemente para comunicarnos (herramienta), aunque suele ser usado para manipular, engañar, confundir (arma).

La política especializada en gobernar grandes colectivos (países, naciones, bloques, gremios), suele darse un nombre que procura sugerir alguna idea propagandística.

No conozco que existan instituciones partidarias que hayan elegido nombres como «Partido de los buenos» o «Partido de los mejores» o «Partido de los justos», porque tal grado de explicitación estaría demostrando, con excesiva claridad, cuál es la verdadera intención de sus integrantes.

Por el contrario, se han elegido nombres sugerentes, para que indirectamente se diga lo mismo, pero sin ser tan obvios.

Por ejemplo, «Partido Demócrata», «Partido Republicano», «Partido Socialista», «Partido Comunista», son denominaciones que pretenden sugerir la pureza de sus postulados, procuran hacer creer que son los legítimos (y por lo tanto, únicos) defensores de lo más esencial de la ideología que invocan en su denominación.

En otras palabras, el lenguaje usado de esta manera, intenta hacernos pensar que los únicos políticos con ideas democráticas pertenecen a ese partido y no a otro. Tratan de convencernos de que los comunistas, socialistas y republicanos, no aman la democracia, porque si la amaran, entonces serían del «Partido Demócrata».

Exactamente lo mismo ocurre con el «Partido Socialista» o cualquier otro que se autodenomine emblemáticamente, es decir, con una breve consigna que pretenda hacer pensar que «ellos —y sólo ellos— son los auténticos defensores de los valores que los identifican (democracia, comunismo, etc.)».

Como la mejor forma de esconder, es mostrar, quienes dicen ser los únicos y auténticos demócratas, comunistas o representantes exclusivos del valor supremo que sea, no son denunciados por su arrogancia e intención manipuladora, porque el descaro es tan grande, que no lo percibimos.

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La instalación de ideas refrescantes

Cuando compramos el equipo de aire acondicionado, llegaron los repartidores de la empresa proveedora y dejaron una cantidad de cajas cerradas en un lugar vacío que había preparado cuando sabía que vendrían.

Había mucho calor, el clima estaba molestándonos igual que siempre, pero ahora estaban esas cajas en un rincón del garaje, que habían sido compradas para disminuir la temperatura y la humedad del aire circulante en nuestra casa.

Los encargados de hacer la instalación nos habían agendado para un cierto día de la semana, a la hora 9:00 de la mañana.

Psicológicamente, creo que nos parecía que estábamos sufriendo el clima más que otras veces, aunque nuestra memoria nos decía que 35º de temperatura con 80% de humedad, era lo normal para esa época del año.

Finalmente llegaron los operarios, desplegaron sus herramientas, pidieron autorizaciones, anticiparon en qué consistirían las modificaciones del edificio, las perforaciones en las paredes, los cambios en la distribución de la corriente eléctrica y la incorporación de algunos desagües.

Pasaron las horas, aumentó el ruido, la cantidad de polvo volátil, las cajas fueron abiertas, salieron piezas envueltas en polietileno, amortiguadas por espuma rígida, estuches desechables y todo empezó a tomar la forma que habíamos pre-visto según lo que ya conocíamos y según las informaciones de los trabajadores.

Terminaron, probaron, aprobaron, pidieron una firma de conformidad, otros limpiaron, quedó nuestra casa con un artefacto que larga aire frío y retira la humedad ambiente.

Almorzamos algo muy simple, pero con una sonrisa de satisfacción.

Las personas poseemos lo que nos hace falta para tener una buena calidad de vida, pero suele ocurrirnos que nos falta saber cómo se ensamblan esas ideas para que funcionen.

Un psicoanálisis consiste en eso: exponemos nuestras ideas (cajas cerradas), para que el analista nos ayude a ordenarlas y funcionen (instalación).

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