miércoles, 22 de diciembre de 2010

El capitalismo sin bañarse y con perfume

Sabemos que somos débiles y que debemos cuidarnos.

El instinto de conservación del que estamos dotados por la naturaleza, es tan bueno y eficiente como nuestros pies, nuestro hígado o las multifuncionales manos.

Los aspectos comerciales, mercantiles y lucrativos de nuestra sociedad, incluyen —en el actual sistema capitalista—, la libre competencia.

Esto significa que los agentes económicos están autorizados a buscar la ruina y desaparición de quienes se dedican a lo mismo e intentan compartir el mercado.

Lo digo de otro modo:

Las empresas (personas jurídicas) pertenecen a seres humanos de carne y hueso (personas físicas).

Pues bien, el sistema de convivencia basado en la teoría económica capitalista, autoriza a que unas empresas combatan a otras empresas hasta matarlas, provocarles la quiebra, expulsarlas del mercado.

Aunque utilicemos un vocabulario diferente, en el fondo esto es lo que ocurre: las personas jurídicas (empresas) están autorizadas a combatir a otras personas jurídicas, inclusive hasta matarlas.

Por supuesto que estos homicidios dolosos (1) están reglamentados para darles un baño de legalidad.

Por ejemplo, no está permitido causar daños físicos, morales o psicológicos; es delito destruir, incendiar, robar u obstruir los accesos; tampoco puede hacerse publicidad explícitamente contraria.

Es posible comparar a la libre competencia con el boxeo.

Estos deportistas se preparan para hacer el mayor daño posible y para evitar el mayor daño posible, dentro de ciertas reglas.

Entre los practicantes del sexo masculino, no están permitidos los golpes sobre la parte del cuerpo vestida por el pantalón, no se permite seguir pegándole al contrincante mientras está caído, se prohíbe morder, etc.

En suma: admitimos la libre competencia, sin excluir la extinción del semejante. Esta agresividad extrema está disimulada por el uso de un lenguaje eufemístico (ambiguo) y por normas que prohíben un salvajismo tan explícito que hiera nuestra sensibilidad.

(1) Cuando el homicidio se produce por negligencia o descuido, se denomina culposo. Cuando el homicidio es intencional, se denomina doloso.

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Para no caer en coma, no se coma la coma

Los legisladores, abogados y escribanos se cuidan de redactar con precisión sus leyes y documentos.

Un signo de puntuación (una coma, un «punto y aparte») puede cambiar radicalmente el sentido de un texto.

En un artículo anterior (1) les ponía el siguiente ejemplo:

«Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer andaría en cuatro patas en su búsqueda».

Este pensamiento tiene dos significados opuestos, según dónde se ubique la humilde coma:

1º) «Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer,
andaría en cuatro patas en su búsqueda», significa que la mujer es muy valiosa, mientras que

2º) «Si el hombre supiera realmente el valor que tiene,
la mujer andaría en cuatro patas en su búsqueda», significa que es el varón quien tiene mucho valor.

Claro que este es un ejemplo preparado expresamente para ser claros, donde el efecto se manifiesta con especial notoriedad. En general esto no es así.

La consecuencia de cómo pensamos, es decir, de cómo usamos los vocablos y los signos de puntuación en nuestra forma de razonar, pasa desapercibida.

Daré un ejemplo para tratar de explicarme.

Alguien puede decir «tenemos que ser coherentes».

Este pensamiento, tan importante que hasta puede ser el eje de una personalidad, el núcleo de toda una filosofía de vida, el centro ideológico de un carácter, tiene por lo menos dos interpretaciones:

debemos ser coherentes, esto es, estamos obligados, las normas de convivencia así lo imponen, mis padres, maestros y superiores me lo imponen porque mi coherencia les da la tranquilidad de que mi conducta será previsible; o

es conveniente ser coherentes, esto es, estamos interesados en mejorar nuestra calidad de vida, atendiendo cuidadosamente a nuestra conveniencia, a nuestras necesidades y a nuestros deseos.

Si debemos, atendemos el deseo ajeno, si es conveniente, atendemos nuestro deseo.

(1) La acción inactiva

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El genocida con pantuflas

Busqué el vocablo «zap» en un diccionario de habla inglesa y lo define como «matar».

Por lo tanto, «zapping» refiere a la acción de matar. Inclusive, algunos angloparlantes lo utilizan para nombrar la cocción con microondas.

Me parece que los idiomas no son traducibles sino por aproximación. No existe una correlación exacta entre los lenguajes.

Lo mejor que puede lograr un traductor consiste en suponer qué sentimientos tenía el autor extranjero y luego tratar de expresar ese sentimiento en su lengua materna.

En suma, los diccionarios bilingües sólo aportan una idea aproximada (que no es poca cosa).

Por lo tanto, cuando el hombre de la casa (independientemente de su sexo biológico) detenta el uso del control remoto del televisor (invento que ya cuenta con casi sesenta años!!), lo utiliza tal cual un revólver, un fusil, una ametralladora, un lanza misiles portátil, una bazuca, aniquilando despiadadamente todo lo que a él no le gusta.

Claro que él (o ella), no es consciente de la agresividad que descarga ese pulgar que gatilla los botones del mortífero artefacto, pero en lo profundo de su psiquis, hay furia, omnipotencia, sed de venganza por todas las veces que le dijeron que estaba molestando, que su trabajo era mediocre, que mejor sería que no dijera tonterías.

Él sabe que tras esa teatralización de gente enojadísima, llorosa e intrigante, o de ese anuncio de jabones, o de ese noticiero, hay miles de dólares gastados en producción, traslados, equivocaciones, llegadas tarde que alguien recriminó, vendedores que adularon para conseguir inversores y mucho esfuerzo de gente igual que él.

Cambiar de canal displicentemente es un gesto arrogante, intenso, sublime.

Quizá alguna sirena suene en la lejanía, pero él sabe de su impunidad. Nadie se atrevería a acusarlo.

¡Cuánta felicidad le debemos a este humilde artefacto!

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