domingo, 1 de julio de 2012

Doctorado en subordinación



Los estudios universitarios y de idiomas extranjeros, nos preparan para ser buenos empleados.

Me animaría a jurar que en la población hispanoparlante tenemos la certeza, convicción o prejuicio según el cual las personas que acceden a un título universitario lograrán algún puesto de mando con varias personas subordinadas.

¿Usted piensa así? Entonces continuemos pensando juntos.

Seguramente nuestra mente imagina (representa con alguna imagen) a nuestro hijo, parado en la cima de una montaña, iluminado por el contraluz de un brillante amanecer. Una suave brisa agita su cabello pero sobre todo le llena los pulmones de aire fresco, tonificante, hinchándole el pecho de orgullo por la autorrealización y agradecimiento a los padres que lo obligaron a estudiar lo que aceptaba a regañadientes.

Esta imagen de cúspide es una posibilidad elevada pero no la más elevada. Existe otra que la supera.

Es posible afirmar que las personas que estudian en una universidad (o en cualquier otra institución de enseñanza), en un 99% estudian para ser subordinadas de otras personas cuyo don de mando proviene de otros talentos, diferentes al que tenemos quienes nos formamos para repetir lo que otros pensaron: científicos, filósofos, profesores.

Reconozco que las vacantes para estos niveles tan elevados de superación personal son muy pocas y por eso una mayoría opta en su juventud, alentados, invitados, hostigados, presionados u obligados por los padres, opta, decía, por algo de más modestas aspiraciones: licenciatura, doctorado, maestría.

Para completar las elevadas pero modestas aspiraciones de los hispano-parlantes más ambiciosos, estudiamos el idioma inglés con lo cual terminamos no conociendo ninguno de los dos idiomas.

Quienes tienen el talento y la autoconfianza máximos, seguramente se dedicarán a investigar por sí mismos cómo funcionan los mercados para luego contratar los servicios de quienes estudiaron para conocer las ideas y los idiomas ajenos.

(Este es el Artículo Nº 1.590)

Las cualidades del Poderoso caballero Don Dinero



Algunas personas sienten orgullo cuando se dice de ellas que «es una persona de dinero», pero otras se ofenden.

Nos guste o no, nuestro conocidos nos calificarán, nos juzgarán, nos ubicarán en alguna categoría, todo ello sin consultarnos. Los atributos favorables los comentarán delante nuestro y los desfavorables los mencionarán en nuestra ausencia.

Este fenómeno es inevitable, aún para quienes tienen una mínima vida social.

Ingresamos entonces en los aspectos lingüísticos de este fenómeno.

Entre otras definición de la preposición «de» (1), sabemos por el Diccionario de la Real Academia Española que se utiliza

«para expresar la naturaleza, condición o cualidad de alguien»

Decimos, por ejemplo, Fulano es de:

buena fe, confianza, (buen) corazón, carácter (fuerte), ley, oficio, experiencia, palabra, principios, raza, valor, o de varios materiales, tales como: acero, goma, hierro, miel, oro, ébano, nácar.

Esta forma de calificar a Fulano nos lleva a pensar que todo él está hecho de «buena fe»; es la «buena fe» personificada; sólo tiene «buena fe» en estado puro.

Otra forma de utilizar la preposición «de» es para designar «de qué es capaz Fulano».

Con este uso, podemos decir que «Fulano es de» criticar, tomar decisiones, quejarse, para significar que «Fulano es capaz de criticar, de tomar decisiones, de quejarse...»

¿A usted le gustaría ser catalogada como una persona de dinero? ¿Qué atributos debería tener, desarrollar, exhibir para provocar en los demás ese juicio? ¿Qué actitudes debería tomar para evitarlo, si le molestara?

Cuando decimos «Fulano es una persona de dinero» estamos sugiriendo que Fulano es:

«Acaudalado, acomodado, rico, opulento, magnate, potentado, hacendado, poderoso, millonario, ricachón, pudiente, solvente, pagador, responsable, capacitado, serio, cumplidor, formal», pero también estamos adosándole las cualidades que le asignamos al dinero mismo, como por ejemplo las que menciona Quevedo cuando habla del Poderoso caballero, Don Dinero (2).


     
(Este es el Artículo Nº 1.586)

 

Delincuencia y fútbol



Teóricamente, existe una relación entre el fanatismo por el fútbol y la comisión de delitos castigados con reclusión.

Si respetamos la construcción de la palabra, tenemos que aceptar que «homosexual» significa estrictamente «del mismo sexo».

Claro que por el uso y la costumbre, interpretamos que cuando decimos «del mismo sexo» (homo-sexual) nos estamos refiriendo más exactamente a «relaciones sexuales entre personas del mismo sexo», lo cual no deja de ser una significación antojadiza aunque legal, porque el signo lingüístico es arbitrario por definición.

Con estos antecedentes es posible decir que toda actividad que se realice entre personas de un mismo sexo, es una actividad «homo-sexual», aclarando que es una actividad homosexual no erótica, ni genital, ni carnal.

Puedo entonces decir, hechas las aclaraciones del caso, que los deportes que se practican entre equipos, son deportes de expresión «homo-sexual», porque la constitución y actividad de esos equipos siempre es entre personas del mismo sexo y compiten entre equipos del mismo sexo, es decir: Un equipo de fútbol masculino, está compuesto solamente por varones y, a su vez, sólo compite con otros equipos también compuestos solamente por varones.

En suma: el fútbol es un deporte homosexual.

Con estas mismas aclaraciones, tengo autorización para decir que las cárceles también son instituciones homosexuales porque el encierro nunca es mixto. En las celdas solo hay hombres o solo hay mujeres.

Claro que en este caso ocurre algo que no podemos olvidar. La «homosexualidad situacional» es la que ocurre entre personas heterosexuales que incurren en la homosexualidad porque no pueden tramitar su sexualidad de otra forma (visitas conyugales, salidas transitorias).

Hipótesis: muchos ciudadanos delinquen para acceder a la «homosexualidad situacional» porque se avergonzarían de asumir su opción sexual. En los pueblos fanáticos del fútbol, la cantidad de potenciales delincuentes por homosexualidad reprimida debería ser mayor.



(Este es el Artículo Nº 1.597)

Inteligencia y astucia



La honestidad de las personas depende de su vocabulario y de cómo su cerebro procese los datos de la realidad.

Nuestro cerebro combina ideas para entender la realidad y adecuarse a ella. Un buen entendimiento es la condición necesaria para que la conducta sea la más conveniente.

El cerebro funciona para que, en términos prácticos, podamos conseguir lo que necesitamos para sobrevivir (y conservar la especie) con una calidad de vida que nos resulte aceptable.

Este órgano puede manejar una parte de la información existente, no toda. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que sólo recibimos datos por cinco sensores especializados: ojos, oídos, olfato, gusto y tacto. El resto de la información que pueda existir, la perdemos, no la detectamos, no sabríamos qué hacer con ella.

Tengamos en cuenta también que el cerebro procesa la información recibida si está codificada en forma de palabras. Procesamos lo que describimos lingüísticamente y por este motivo, lo procesamos según los criterios gramaticales que organizan nuestra lengua.

El motivo de este artículo es compartir con usted una posible explicación de cómo influye el lenguaje en nuestra conducta.

Los insumos que elaborará el cerebro son palabras que describen los datos provenientes de los cinco sentidos.

Según qué palabras (insumos) utilicemos, podemos obtener resultados diferentes.

La palabra inteligencia significa «capacidad de entender, comprender, resolver problemas, interpretar, habilidad, destreza, experiencia».

La palabra astucia significa «agudeza, habilidad para engañar y evitar ser engañado, aptitud para lograr artificiosamente cualquier fin».

Si bien son dos formas de procesar los datos que recibimos de la realidad, una y otra palabra pertenecen a filosofías de vida distintas, la configuración de mundo que tienen los usuarios habituales de una y otra palabra es diferente y, por lo tanto los resultados serán muy distintos.

Hasta la honestidad de una y otra persona son muy distintas.

La naturaleza y la criminalidad



La naturaleza protege algunas acciones criminales en tanto estas son agentes de cambio favorables para el «fenómeno vida».

Nuestro cuerpo es un gran laboratorio bioquímico, que no conoce la inactividad excepto cuando muere.

Un continuo ir y venir de sustancias, provoca cambios, alteraciones y reacciones celulares que, en poco tiempo son frenadas por otras sustancias. Esa dinámica es similar a la de un vehículo que circula en las calles de una ciudad muy transitada, en la que el conductor tiene que arrancar, acelerar y frenar, para luego comenzar de nuevo.

Las sustancias que alteran las células se denominan genéricamente agonistas y las que detienen esos procesos se denominan antagonistas.

Este hacer y deshacer, arrancar y parar, moverse y detenerse, son la vida misma.

Como, desde mi punto de vista, todo nuestro acontecer es orgánico, entonces esas sustancias agonistas y antagonistas también operan en la psiquis.

En tanto somos naturaleza, es decir, no solo estamos en ella sino que formamos parte de ella, nuestra vida no solo depende de las sustancias internas que funcionan como agonistas y antagonistas, sino que también reaccionamos con fenómenos externos a nuestro cuerpo que ofician en nosotros similares reflejos de activación del movimiento y detención del movimiento.

Para redondear el tema «lenguaje», mencionaré que la palabra «protagonista» alude al agonista que funciona primero, al desencadenante, el que provoca la primera reacción de cambio en una célula, en un cuerpo o en un grupo de personas. El individuo protagonista es el agitador, revolucionario, activista.

Existe un fenómeno de fascinación provocado por los delincuentes, que nos frena, enlentece, desestimula, cuando queremos neutralizar las consecuencias de sus actos criminales (homicidio, rapto, rapiña).

Caemos en esa ineficacia porque la naturaleza, ante el fenómeno vida (1), protege a los agentes de cambio sin considerar los daños que sufran algunos seres vivos.

 
(Este es el Artículo Nº 1.598)