martes, 2 de octubre de 2012

La desnudez placentera y la falta de dinero





La carencia de dinero (pobreza) resulta atractiva y placentera para quienes «estar pelados» (sin dinero) equivale a «estar desnudos».

«Como Dios lo trajo al mundo» ... es un sinónimo de desnudo pero también de cualquier otra característica del recién nacido que difícilmente encontremos en la adultez, por ejemplo, «sin dinero».

La desnudez es un placer generalmente prohibido porque nuestra cultura nos obliga a estar cubiertos de ropa, inclusive en nuestro hogar, fundamentalmente porque la proximidad a un cuerpo desnudo estimula el deseo sexual y tenemos sabido que está prohibido el incesto.

Está permitida la casi total desnudez en las playas y en algunos parques. Para la desnudez completa solo falta destapar los pezones y el vello púbico... si no fue depilado (pelado).

Son objeto de cobertura (vestimenta) obligatoria, los órganos genitales masculinos y los pezones femeninos, porque la vulva es de por sí muy poco visible hasta para su dueña.

La desnudez es placentera y por serlo genera vergüenza. La timidez se estimula cuando imaginamos que otro se entera de que estamos disfrutando o deseando disfrutar.

No sé si existen estadísticas confiables, pero lo cierto es que a muchas personas les gusta pasearse desnudas por su casa cuando los demás habitantes no están.

Podríamos suponer que el desnudista goza imaginando las miradas libidinosas que recibiría de quienes él desea eróticamente.

Antes mencioné la palabra «pelado» para referirme al vello púbico depilado. Esto fue así para retomar el inicio de este artículo.

La palabra «pelado» tiene varias acepciones (1). Al leerlas nos encontramos con que aluden a «desnudez», «vergüenza», «pobreza», «prostitución», por lo que podemos pensar que estos cuatro conceptos están vinculados lingüística y psicológicamente entre sí.

En suma: Puede ser atractiva para muchos la desnudez que connota estar «pelados», para lo cual es preciso estar «pelados», sin dinero, pobres.



(Este es el Artículo Nº 1.677)





Mano iluminada con tres monedas.jpg

La fortuna de quien tenga muchas «gracias»

Opino que ocurrirían cambios importantes y positivos en una nación donde la moneda local comience a llamarse «gracia».

Como he mencionado en otras ocasiones, gran parte de nuestros problemas no podemos resolverlos porque estamos encaprichados en dos asuntos bien importantes:

1º) Creemos que todas las molestias son evitables, siendo que solo unas pocas lo son y todas las demás son inherentes a nuestra condición de seres vivos; y

2º) Para encontrar fórmulas que nos permitan la definitiva eliminación de las molestias, nos apegamos neciamente a la racionalidad, descartando prejuiciosamente las ideas menos lógicas aunque más creativas, heterodoxas, insólitas, alternativas, artísticas, místicas, filosóficas, lingüísticas.

Todo lo expuesto sólo tiene como finalidad abrirme camino para una propuesta que seguramente no será tratada ni en alguna reunión secreta del Fondo Monetario Internacional y mucho menos en la O.N.U.

En las monedas nacionales que nos resultan conocidas, nos encontramos con la más nueva, el Euro, que tan solo remite al continente Europa e indirectamente a la diosa fenicia Europa, que excitó tanto al dios más importante de los griegos, Zeus,  que la raptó para violarla. Triste historia la del Euro!

El dólar fonéticamente suena para los latinos como «dolor», lo cual tampoco es muy alentador para nuestra psiquis tan adicta a las metáforas. Para muchos, tener dólares podría sonar como tener dolores.

En muchos países nos encontramos con el «peso», lo cual tampoco es muy atractivo porque alude a algo pesado. Es la ingobernable Ley de la Gravedad la que indirectamente le da nombre a estas monedas (México, Chile, Argentina, Uruguay).

¿Qué ocurriría, me pregunto públicamente en este artículo, si algún país serio y respetable (no todos lo son), decidiera cambiarle el nombre a su moneda y llamarla «gracia»?

Les invito, como curiosidad, a pensar expresiones coloquiales que incluyan una moneda llamada «gracia».

(Este es el Artículo Nº 1.668)

Lingüísticamente, los ricos son los mejores



   
Aunque insistamos en negarlo, existen pruebas de que lingüísticamente pensamos que «los ricos son mejores que los pobres».

Uno de los blogs que administro se denomina La pobreza patológica (1), en el cual cumplo la promesa de ingresar diariamente Textos pequeños pero concentrados.

En otras palabras, ahí ubico ideas básicas que puedan estimular la reflexión, un debate, la curiosidad o alguna otra emoción movilizante del pensamiento, el ingenio o el humor.

No hace mucho ocurrió que uno de esos «Texto pequeños» fuera tan concentrado que perdió la claridad y casi nadie lo entendió.

Este artículo pretende enmendar aquel error.

El Significante Nº 1.286, (2) dice: «Si «aristocracia» significa «el gobierno de los mejores», seguramente existan los «mejores pobres»».

El error ocurrió porque popularmente se entiende que «aristocracia» significa «gobierno de los ricos» cuando lo real es que significa «gobierno de los mejores».

Si popularmente se entiende que «aristocracia» significa «el gobierno de los ricos» es porque, prejuiciosamente, una mayoría piensa que «los ricos son los mejores».

Quienes pensamos que el inconsciente es el verdadero jefe de nuestras acciones (pensar, sentir, actuar), podemos proponer como válida la idea según la cual, si en algún lado de nuestra existencia (el diccionario) se sugiere que «los ricos son los mejores», entonces quedamos predispuestos para aprobar esa calificación o para ponernos en su contra.

Dicho de otro modo: Si etimológicamente la palabra «aristocracia» significa «gobierno de los mejores», pero popularmente entendemos que «aristocracia» significa «gobierno de los ricos», estamos reconociendo en lo más profundo de nuestro pensamiento que «los ricos son los mejores».

Este hecho es causa de variadas consecuencias, como por ejemplo:

1) Si los ricos son los mejores, entonces los pobres son los peores;

2) Si se critica a los inmodestos, arrogantes y jactanciosos, evitaremos esas críticas evitando ser los mejores, o sea, ricos.

   
(Este es el Artículo Nº 1.663)

La actitud abusiva lingüísticamente influida



   
Aunque suena paradójico, lingüísticamente  estamos influidos para decir que todo ser vivo corresponde que sea abusador (vivo).

La décima acepción de la palabra «viveza», según el D.R.A.E., dice: «Agudeza y prontitud para aprovecharse de todo por buenos o malos medios» (1).

La única acepción de la palabra «avivado», según el D.R.A.E., dice: «Aprovechado, que actúa rápidamente en beneficio propio (2)».

En otro artículo (3), digo textualmente: «Si nos molesta pagar, si nos molesta el afán de lucro, si esperamos que insistan en pagarnos...nuestra vida laboral será un desastre!»

En varios países hispano-parlantes (o quizá en todos) utilizamos las expresiones «viveza» y «avivado» para referirnos a la condición o a la calificación de quienes utilizan como medio de vida aprovecharse de los demás, esto es, maniobrar de tal forma que, sin transgredir normas penales (aunque sí morales), se apropian de bienes, beneficios, privilegios, sin merecerlos, actuando con desfachatez, desvergüenza e inescrupulosidad.

Aunque el «vivo» o «avivado» puede contar con algunos votos aprobatorios por parte de otros «avivados» o ingenuos, no deja de ser un ciudadano condenable, que no mejora sino que empeora la convivencia. En general son personas cuyo mejor aporte al colectivo consiste en abandonarlo, irse, desaparecer.

Sin embargo, algo tienen a favor estos personajes de triste condición.

Cuando aludimos a la palabra «vivo», tanto estamos refiriéndonos a la condición biológica de existente como a la condición social de abusador.

Esta dualidad entre conceptos tan distantes conceptualmente, nos permite suponer que el lenguaje alienta la condición de «avivado» porque parecería ser que una persona que esté viva, debe ser «avivado», es decir: lingüísticamente podría deducirse que cualquier persona viva, tiene que ser «un vivo», corresponde que sea «avivado» y, en resumidas cuentas, lingüísticamente  estamos predispuestos a decir que todo ser vivo corresponde que sea abusador (vivo).

     
(Este es el Artículo Nº 1.682)

Los proyectos y su realización



   
Para algunas personas describir un proyecto equivale a realizarlo y no logran comprender la causa de sus pobres resultados.

En varias ocasiones compartí con ustedes comentarios referidos a la generalización que nuestro cerebro puede hacer cuando confunde el todo con la parte (metonimia) (1).

También he utilizado varias veces la polisemia, («Pluralidad de significados de una palabra o de cualquier signo lingüístico.»), para señalar cómo el lenguaje nos induce a entender mal la realidad.

Las mujeres son personas tan importantes para todos que, para que no nos abrume tanto protagonismo, algunos (hombres y mujeres) necesitan descalificarlas... como quien le agrega agua a una bebida demasiado concentrada.

Ellas son tan abrumadoramente importantes porque cronológicamente están en los cimientos de nuestra psiquis en tanto fueron las que hicieron los aportes fundacionales, las que instalaron en nosotros las primeras sensaciones, sentimientos, lenguaje.

Aunque todo nuestro funcionamiento psíquico es importante, les comento algo que nos ocurre con el lenguaje.

Así como creemos conocer a las mujeres porque conocemos a nuestra madre, o creemos saber de literatura porque una vez leímos una novela, también tendemos a suponer que describir un proyecto es igual a su cumplimiento, anunciar que haremos algo equivale a darlo por realizado.

El refrán «Perro que ladra no muerde», alude elípticamente, (salteándose algunas explicaciones), a esas personas que no hacen otra cosa que hablar, prometer, discursear.

En otro artículo (2) les comentaba que podemos aislar dos tipos de trabajadores: los que responden a estímulos exteriores (hambre, oportunidades, lucro) y los que responden a  estímulos interiores (fantasías, sueños, proyectos).

Esa particularidad que tiene el lenguaje de significar muchas cosas (polisemia) y la sensación, que provoca en muchas cabezas, de confundir una acción con su descripción verbal, no permiten entender por qué las mejores ideas pueden terminar en increíbles fracasos (económicos, laborales, políticos).

           
(Este es el Artículo Nº 1.678)