martes, 2 de julio de 2013

Si lo cree la mayoría, ¿es verdad?



 
 
Aceptamos como verdaderas las noticias más repetidas en las redes sociales sin preocuparnos por la confiabilidad de la fuente.

La fonética y la escritura en cada idioma son distintas. Para un hispano los pájaros hacen «pío-pío» pero para un anglosajón hacen «tweet-tweet» (se pronuncia: tuit-tuit). La misma ave, gorjea diferente según la forma de oír que tiene cada pueblo.

Al consultar un diccionario inglés-español, observamos que para los anglo-parlantes «twit» significa «imbécil» mientras que «tweet» significa gorjear, piar.

Buscando un poco más vemos que la traducción de «twitter» es «gorjeo, parloteo, cotorreo».

Estas reflexiones lingüísticas en torno a un tema que los hispanos manejamos mal, porque para conocer un idioma en profundidad hay que aprenderlo al nacer, son reflexiones que adolecen de las mismas características que posee la abundante información que circula en la web y que cada vez es más consultada y utilizada, inclusive para tomar decisiones.

Las personas mayores de treinta años aprendimos a confirmar los datos en libros de papel que traían el aval de una empresa editora.

Estos libros requerían un alto grado de confiabilidad porque un texto publicado con errores no puede enmendarse y el desprestigio implicaría un suicidio empresarial y una muerte virtual del autor.

Actualmente es común que consultemos «qué se está diciendo-opinando-comentando» en Google, Facebook y Twitter.

Los contenidos accesibles a nuestra consulta carecen de confirmación.

Los administradores de cada página web podemos modificar su contenido en cualquier momento y tenemos muy variados niveles de capacitación y ética.

La propia raíz lingüística del vocablo Twitter parece advertirnos que sus contenidos pueden ser meros parloteos de un imbécil.

Si esta reflexión fuera correcta, podríamos pensar que la humanidad está entendiendo que las sacrosantas «verdades» no son tan necesarias pues nos importa la popularidad de una opinión y no tanto su verificación.

(Este es el Artículo Nº 1.943)

El aborto y la explotación laboral



 
El sentimiento de quienes preferirían abortar antes que ser madres es similar al sentimiento de quienes no quieren ser explotados.

Todos observamos, percibimos, evaluamos, juzgamos, sacamos conclusiones, aprendemos, nos formamos una noción sobre «cómo deberían ser las cosas», qué nos conviene más, cuáles deberían ser las decisiones más acertadas, sin embargo, muy pocos nos tomamos el trabajo de conceptualizar estas reflexiones que hacemos.

Conceptualizar no significa mucho más que describirlas, darles un formato lingüístico, redactar algo que respete la sintaxis.

Quienes leen estas descripciones pueden estar o no de acuerdo. Cuando están  de acuerdo las adoptan, se apropian de ellas, las integran a sus conclusiones.

Por este fenómeno, (conceptualizar, describir, difundir), puede ser útil este trabajo que hacemos quienes publicamos nuestras conceptualizaciones.

¿Qué nos ocurre cuando nos enfermamos? Lo que nos ocurre es que somos invadidos por seres vivos que desearían depredarnos, de modo similar a como los humanos matamos animales y vegetales para reponer energía.

Dada esta simplificación del párrafo anterior podemos concluir que los humanos somos agentes patógenos para los animales y vegetales que nos sirven de alimento.

En suma: eso que hacemos para alimentarnos con tanta santidad y sin remordimientos, es lo que hacen los virus y bacterias que nos enferman y a veces nos matan.

La actitud que tenemos contra nuestros «enemigos», (agentes patógenos), es similar a la que tendríamos respecto a los humanos si fuéramos vacunos, aves, frutas o verduras.

Quienes se oponen a la legalización del aborto están enviando una señal que puede interpretarse así: «Hacer lo que la gente quiere, (no abortar), puede imponerme una responsabilidad injusta, pesada, agobiante, durante quizá 18 años».

El sentimiento de la madre que no quiere ser madre y de todos quienes se identifican con ella es similar a quien no quiere enfermarse, ni sufrir, ni ser explotado.

(Este es el Artículo Nº 1.919)

Los «inversores» ponen al dinero «patas arriba»



 
Según nuestro idioma los ricos «invierten», ponen «patas arriba» al dinero que los pobres usan «al derecho», sin «invertir».

Lo hago a menudo y creo que es útil, al menos tan útil como cualquier otra propuesta que anda por ahí.

Lo que hago a menudo, y repetiré acá, es estudiar detenidamente qué significan las palabras que usamos comúnmente como si supiéramos qué estamos diciendo.

Quizá insisto con esta propuesta porque al diccionario es al único libro que le tengo un poco de confianza..., porque no tengo más remedio, pues convengamos en que el significado de las palabras es arbitrario, convencional, antojadizo y, para peor, quienes redactan el diccionario son personas de carne y hueso como usted y como yo.

En suma: estamos en un tembladeral tratando de enhebrar una aguja.

Este artículo refiere a la palabra «invertir» (1), para la cual el referido libraco expone los siguientes significados:

Cambiar, sustituyéndolos por sus contrarios, la posición, el orden o el sentido de las cosas. U. t. en sent. fig. Invertir una tendencia.
Emplear, gastar, colocar un caudal.
Emplear u ocupar el tiempo.
En una razón, intercambiar numerador y denominador.
Con mis propias palabras diría que «invertir» es poner patas arriba, enviar a la derecha lo que iba hacia la izquierda, detener lo que se estaba moviendo, subir lo que estaba bajando, en otras palabras, cambiar por su contrario aquello que se está «invirtiendo».

En lenguaje popular me animo a asegurar que en asuntos económicos solo «invierten» quienes tienen dinero. Por lo tanto lo que se invierte es dinero, lo que se pone patas arriba es la posición del dinero.

Según nuestro idioma son los ricos quienes «invierten», son quienes ponen «patas arriba» al dinero, con lo cual deducimos que los pobres usan el dinero «al derecho», sin ponerlo patas arriba, sin «invertir».

 
(Este es el Artículo Nº 1.909)