domingo, 1 de septiembre de 2013

Ensayar la actuación hasta que no parezca actuación




Quizá estudiar, ensayar, investigar, observar, imitar, actuar, representar, son acciones idóneas para ganar dinero, especialmente cuando logramos hacerlo con naturalidad.

La actuación teatral llega a su máximo desarrollo cuando el actor hace su papel una y mil veces pero siempre parece que lo hiciera por primera vez, con total espontaneidad.

Muchas veces, porque envidiamos el talento actoral, decimos con desprecio que Fulano sólo representa bien los roles que se ajustan a su natural forma de ser.

En el ambiente se dice que hace falta ensayar la actuación tantas veces como para que el resultado final no parezca una actuación.

La consagración de un actor llega cuando no parece que estuviera actuando: ¡qué paradoja!

Estas ideas nos llevan a un tema más amplio y trascendente: la adaptación al medio.

A veces se dice que «Fulana se desempeña como pez en el agua». No sería de extrañar que las peceras y los acuarios, utilizados como adornos, también prestan su utilidad dándole una sensación de paz, de armonía y perfección a quienes los miran.

Aunque lo hago en forma indirecta, en realidad estoy hablando de cómo ganarnos el sustento necesario para vivir dignamente.

La palabra «bisoño» deriva del italiano y, aunque bisogno significa «necesito», en nuestro idioma «bisoño» significa principiante, inexperto en cualquier arte u oficio.

Según cuentan incorporamos esta palabra porque los inmigrantes italianos pertenecían, como no podía ser de otra forma, a las clases sociales más desposeídas, tanto de dinero como de habilidades suficientes para ganarlo. Por eso se los oía repetir esa palabra para pedir ayuda, colaboración, limosna: bisogno trabajar, bisogno comer, bisogno donde dormir.

Todos somos inmigrantes en nuestro propio país hasta que logramos entrar en sintonía con él.

Quizá estudiar, ensayar, investigar, observar, imitar, actuar, representar, son acciones idóneas para ganar dinero, especialmente cuando logramos hacerlo con total naturalidad.

(Este es el Artículo Nº 1.970)

Amor y odio a primera vista

 
El amor y el odio a primera vista ocurren por algo que el psicoanálisis denomina «transferencia» (positiva o negativa).

Todos conocemos el genocidio que intentó perpetrar Adolfo Hitler con los judíos que vivían en Alemania cuando él llegó al poder.

Todos conocemos, y hasta justificamos, que los judíos de todas las generaciones posteriores y de todo el mundo tienen hacia el líder nazi el peor de los recuerdos.

Ahora imaginemos la existencia de una persona que posee rasgos físicos muy similares al odiado personaje, que vive en Israel y que, para peor, pronuncia el idioma oficial (hebreo o árabe) con un cierto tono alemán.

Fácil es suponer que esta persona no caiga muy simpática, que difícilmente inspire amor a primera vista y que su vida social esté llena de obstáculos.

Con este ejemplo podemos entender lo que en psicoanálisis se llama «transferencia», es decir, la tendencia inevitable de adjudicarle a otra persona roles, características, cierto perfil psicológico, por pura ocurrencia de quien hace esa transferencia. En el caso del ejemplo, cada persona que sienta molestia hacia quien se parece a Hitler siente esa molestia porque, de forma inevitable, le está asignando características que él guarda en su mundo interior respecto al patético personaje histórico.

Claro que puse un ejemplo de transferencia negativa, pero también existen las transferencias positivas.

Con estas ocurre exactamente lo contrario: podemos enamorarnos de alguien que nos parece maravilloso porque algo de esa persona nos evoca a quien, en nuestro mundo interior, amamos, admiramos, idealizamos.

Estas adjudicaciones son tan incontrolables, antojadizas e inconscientes, que los psicoterapeutas las utilizan para entender el mundo interior del paciente.

El terapeuta está atento a cómo el paciente, por ejemplo, lo acusa de ser muy severo e injusto cuando le aumenta los honorarios...adjudicándole (al terapeuta) el rol de su propio odioso padre.

(Este es el Artículo Nº 1.981)


Causa de las discusiones violentas



 
Cuando tratas de demostrar que aportas más que el resto, comprende que sólo estás comparando palabras, elementos intangibles que no pueden compararse.

A veces surgen conversaciones, y también discusiones, sobre quién sufre más.

Todos hemos sido testigos, y quizá también protagonistas, de esta suerte de competencia por el martirio, en el que se corona capeón quien sufre más que los demás.

En lugar de comparar quien hace más goles, recorre una cierta distancia en menos tiempo o levanta pesos mayores, el mérito premiado es sufrir, resistir, tolerar, aguantar, sobrellevar, soportar..., ¡¿pero qué estoy diciendo?! En las competiciones deportivas se compite por lo mismo

— porque gana quien hace más goles a quienes luchan para que no se los hagan;

— porque gana la carrera quien se esfuerza (sufre) más que los demás;

— porque quien levanta más peso lo hace luchando contra la fuerza de gravedad del planeta.

Las discusiones sobre quién sufre más son entonces una competencia en el plano simbólico, porque es mediante el lenguaje que los competidores presentan sus performances para que estas sean comparadas con las otras propuestas, desconociendo, en el fervor del debate, que los intangibles no pueden ser comparados cuantitativamente.

Esta imposibilidad de comparar propuestas intangibles, por ser simbólicas, discursivas, lingüísticas, es lo que provocan las subidas de tono, los insultos, los gestos agresivos, los gritos y eventualmente algunos golpes que le agreguen sustancia tangible a las propuestas intangibles («yo trabajo más que tú», «hago tareas que nadie quiere hacer», «estudié y sé más que ustedes»).

¿Para qué pueden servirte, este artículo y todos los que se les parecen? Para que, cuando te veas tratando de demostrar que sufres más que el resto, comprendas que estás comparando elementos intangibles, que no tienen materialidad demostrable y que los puños o gritos son ineficaces para convertirlos en tangibles.

(Este es el Artículo Nº 1.975)

Quien aporta dinero, trabaja y está ausente




El dinero es trabajo. Quien aporta dinero aporta trabajo que insume un tiempo de no estar con la familia.

Hace veintiséis siglos existía la profesión de sofista.

Al principio fueron muy respetados pero luego cayeron en descrédito.

Como sabían mucho de casi todo eran considerados sabios, pero el fuerte de ellos era el lenguaje, la retórica, el uso eficaz de las palabras.

Fueron muy criticados porque se destacaban defendiendo o atacando cualquier punto de vista. Ellos podían encontrar argumentos a favor y en contra de lo que fuera. Eran capaces de atacar y defender el mismo asunto con similar consistencia argumental.

Como no podía ser de otra forma despertaron desconfianza porque tendemos a pensar que la honestidad se demuestra defendiendo a una única idea y atacando la contraria. No está bien visto que alguien resalte con similar fervor los pros y los contra de algo. Esa mayoría, sin darse cuenta, está más conforme con los fundamentalistas, los extremistas, los maniqueos y, por qué no decirlo, con los necios incapaces de entender que la perfección no existe y que, por lo tanto, nada puede ser perfectamente bueno ni perfectamente malo.

Con esta introducción procuré defenderme anticipadamente porque este artículo parece redactado por sofistas.

Muchas mujeres dicen preferir que su esposo sea compañero. Suelen quejarse de los esposos que nunca están.

Se molestan con quienes dedican demasiado tiempo a ganar dinero en desmedro de atender la vida familiar.

Esta queja sería injusta para el caso de que ese esposo muy trabajador y ausente realice importantes aportes económicos para el bienestar de la familia.

El argumento sofista está en que el dinero no es otra cosa que trabajo. Si el marido aporta mucho dinero, aporta a su hogar mucho trabajo al que debe dedicarle ese tiempo que le resta a la familia.

(Este es el Artículo Nº 1.969)

Sin vida dejamos de sufrir



 
No correr ningún riesgo es una estrategia preventiva que sería perfecta si no fuera porque equivale a estar muertos.

Dicen que el cólico nefrítico provoca el dolor más intenso que puede padecerse. No sé si es cierto, aunque estaremos de acuerdo en que comparar las sensaciones subjetivas de un dolor es imposible.

Aportarían un dato interesante quienes habiendo sufrido dolores muy variados  pudieran compararlos.

Me interesa tanto el tema que he creado un blog (1) para coleccionar los artículos que refieren al sufrimiento.

La idea central de esos artículos refiere a que la vida es un fenómeno químico, caracterizado por la autorreproducción y que se vale del dolor y del placer para estimular ciertas acciones adaptativas de los seres vivos.

Por lo tanto, el dolor es un amigo, aunque su lenguaje resulte particularmente grosero, irritante, antipático.

Es posible afirmar que el diseño de nuestras culturas está determinado por las actitudes evitativas del dolor, con lo cual nuestra vida se ve altamente restringida, limitada, reprimida.

Imaginemos que estamos confinados a vivir dentro de un perímetro marcado por una línea amarilla, pero que para algunos el peligro empiece mucho antes de pisarla.

Esa distancia que tomamos preventivamente del límite es libertad que perdemos. Por ejemplo, si no comemos chocolate por temor al colesterol, nos estamos privando preventivamente de un excelente alimento porque imaginamos que nos hará daño.

Esta filosofía precavida se apoya en otra filosofía aún más abarcativa y es que tenemos posibilidades reales de prevenir, evitar y controlar todo lo que podría perjudicarnos.

La quietud es el objetivo de quienes, para no acercarse a la línea amarilla, decidieron no moverse más.

La quietud absoluta como estrategia preventiva es perfecta, pero fracasa rotundamente por un detalle que parece mínimo: esa es la quietud de la muerte. Sin vida dejamos de sufrir.

(1) Blog Vivir duele
 
(Este es el Artículo Nº 1.987)