martes, 5 de noviembre de 2013

La avaricia defensiva


Quien nos dificultan ganar el dinero que necesitamos quizá lo hagan por un tipo de avaricia que necesitan para sobrevivir.

Porque mi cabeza funciona así, este artículo está vinculado a otro (1) que publico hoy.

Cuando intentamos ganar el dinero necesario para satisfacer las necesidades y deseos cotidianos, nuestros y de las personas cuya calidad de vida está bajo nuestra responsabilidad, solemos encontrarnos con personas que tienen mucho dinero pero que, sin embargo, son:

Avaras,  tacañas, mezquinas, cicateras, miserables, roñosas, agarradas, usureras, sórdidas, avarientas, interesadas, egoístas, estrechas, ruines, materialistas, pancistas, utilitarias, aprovechadas, económicas, ramplonas, prosaicas, bastas, groseras, toscas, bajas, chabacanas, pedestres, triviales, insulsas, etc.

Estas 29 maneras de calificar a quienes gastan menos dinero del que tienen, que son menos generosos de lo que podrían, que acumulan exageradamente su riqueza, nos hace pensar que tal condición es preocupante y que nos molesta porque nos angustia.

Dicho de otro modo: que en nuestro idioma tengamos que simbolizar de 29 maneras a una misma condición indica que esa condición es inquietante, perturbadora; si no lo fuera, quizá le dedicaríamos dos o tres sinónimos, como para evitar las molestas reiteraciones cuando la describirnos.

Ahora propongo una explicación de por qué alguien adolece de esas 29 dificultades:

Aunque la mayoría tenemos que rompernos la cabeza y la espalda para conseguir el dinero imprescindible, otras personas lo consiguen sin tanto esfuerzo, les llega sin que lo busquen: herencias, rentas, prosperidad.

En el otro artículo publicado hoy les comento que necesitamos no agotar nuestros deseos porque eso sería poco menos que la muerte inminente: la vida depende de que conservemos algunas necesidades y deseos pendientes de satisfacción.

Quienes adolecen de esas 29 características luchan por no quedarse sin deseos; son austeros, disciplinados, espartanos, sobrios, frugales, por temor a quedarse sin deseos por un exceso de satisfacciones.


(Este es el Artículo Nº 2.040)


¿Y el postre? (relato de ficción)


Fue despertado por el hambre. El hambre y el calor del sol. Terminó de despertarlo una ensordecedora gritería con ruidos de máquinas amarillas.

Después se dio cuenta que el olor nauseabundo era insoportable. Atinó a taparse la nariz, pero su mano también olía muy mal.

El cielo estaba despejado, aunque algunas nubes pastaban alejadas de su rebaño.

No había dormido bien; le dolían las piernas y los brazos. La cabeza parecía atornillada al suelo.

Comenzó a percibir con más claridad las voces y comprendió que hablaban en un idioma extraño. El ruido de las máquinas amarillas se acercaba.

Al poco rato se le desprendió la cabeza del suelo y pudo ver a su alrededor una enorme cantidad de gente tirada…, pero, ¡claro!, el olor provenía de esos cuerpos llenos de moscas. Estaban muertos, pudriéndose.

Al separar la cabeza del suelo, una cantidad de soldados, empuñando revólveres, llegaron corriendo. Cuando llegaron hasta él, uno le apuntó a la cabeza, otro gritó algo, se pusieron a discutir, estuvieron a punto de ultimarse a tiros. Claramente habían dos bandos, o por lo menos, dos opiniones sobre algo. Seguramente las opciones eran rematarlo o no rematarlo, de uno o de varios tiros en la cabeza.

Llegó otro gritando incoherencias, todos se pusieron firmes, hicieron un saludo militar, quizá el recién llegado hizo una pregunta, es obvio que le dieron dos respuestas distintas, el hombre hizo un gesto con los brazos, pronunció un breve discurso, los integrantes de ambos bandos bajaron la mirada y, el más comedido, piadoso, traicionero, adulón, o vaya uno a saber qué, ayudó al caído para que se levante.

Una vez en pie, sintió más dolores en las piernas, sintió mucha sed, pidió agua, nadie le entendió, hizo gesto de «cantimplora de la que se bebe», le entregaron un recipiente de cuero con un sorbo de agua tibia, y comenzaron a hacerle gestos de que se fuera, que huyera, lo empujaban, tomándolo por los hombros, lo hicieron girar sobre sus pies y lo orientaron hacia un bosque.

Un poco repuesto del extraño despertar, el hombre enfiló para el bosque y caminando cada vez más rápido, se internó en él.

Caminó, caminó, caminó, quizá siempre en la misma dirección, hasta que encontró una choza.

Gritó y apareció una mujer joven, lo saludó, le preguntó algo, pero el hombre no entendió nada, dio unos pasos hacia ella y se desmayó.

Cuando volvió a despertarse, estaba tirado en un catre, notoriamente recién bañado, con ropa limpia. En la pequeña habitación flotaba un aroma a comida que le recordó el hambre.

La mujer le hizo señas de que pasara a la mesa. Comió desesperadamente.

Antes de terminar de comer, llamaron a la puerta.

La joven corrió a abrir y se puso a hablar con alguien. Ella parecía asustada, quizá estaba pidiendo ayuda.

Finalmente entraron una cantidad de soldados enormes, los mismos que antes lo habían echado del campo de exterminio. Otra vez se pusieron a discutir entre ellos. Finalmente uno lo agarró por un brazo, lo llevó hasta la puerta y le hizo señas de que se fuera, ¡rápido! El hombre comenzó a correr sin entender nada. Estaba confundido, quizá deliraba, empezó a buscar una choza donde le sirvieran el postre.

(Este es el Artículo Nº 2.048)


El mensaje indescifrable (relato de ficción)

  
Al poco tiempo de terminada la Segunda Guerra Mundial, los creadores de Enigma, la máquina del espionaje nazi, huyeron hacia un pequeño poblado de Suiza, que ya tenían previsto por si perdían la guerra.

Todos pertenecían al servicio secreto del nazismo y se llevaron consigo grandes sumas de dinero, para asegurarse una vejez (económicamente) tranquila.

Al tiempo de haberse afincado en esa pequeña ciudad campesina, rodeados de gente sencilla, amistosa, ingenua, buscaron entretenerse poniendo en juego las destrezas militares que los habían encumbrado en tan selecta unidad especializada.

Así fue como organizaron un concurso, consistente en redactar chismes locales encriptados, es decir, utilizando alguna clave que el ingenio de los organizadores debía desentrañar.

El premio era más bien simbólico: una hermosa pistola del cuerpo de combate de élite.

A poco de inaugurado el certamen, llegó una propuesta.

Este primer mensaje había sido escrito con rasgos cuneiformes, propios de la cultura egipcia, con muy pocos signos repetidos, notoriamente ordenados en columnas, donde la intensidad del trazo no agregaba valor de significación.

Los organizadores estuvieron trabajando cerca de treinta días hasta que lograron descifrar el siguiente mensaje: «Uno de nosotros está comunicándose con un agente de quienes nos persiguen».

Este mensaje empañó lo que había comenzado siendo una diversión de militares prematuramente jubilados.

Se sucedieron urgentes reuniones para saber quién había enviado el mensaje, pero fue imposible saberlo. Los más paranoicos desconfiaban hasta de su propia sombra. Los más serenos trataban de calmarlos porque, nada más delator que un desconfiado exaltado.

Por otro lado, el primer premio, (la pistola), seguía vacante porque solo sería concedido a quien presentara un mensaje indescifrable.

Como a los veinte días de haber descubierto la primera propuesta participante, apareció otro mensaje, el que habría sido confeccionado luego de saber qué dificultades presentaba el anterior.

En este caso, era evidente que había sido escrito en lengua sumeria, ingeniosamente mezclada en zigzag con lengua maya. En este caso, se repetían varios signos, pero pronto supusieron que no aportaban significación sino que solo intentaban confundir a los analistas.

A los 50 días de trabajo, progresivamente más intenso, los encriptólogos más capaces empezaron a dar muestras de fatiga. Ya discutían entre ellos, a veces en términos soeces. El colmo ocurrió cuando un general silabeó una aseveración marcando el compás con suaves golpecitos en el hombro del destinatario. Esto enardeció a los implicados y tres colegas tuvieron que forcejear para evitar un escándalo.

A los 71 días, visiblemente contrariados, el jurado evaluador de los mensajes ocultos decidió, por 4 votos a favor y uno en contra, declarar que existía un ganador.

A pocos minutos de conocido el fallo se presentó el emisor, visiblemente eufórico. Reveló al jurado el texto del mensaje y cuál había sido la fórmula de encriptación utilizada.

Cuando los integrantes del jurado leyeron el texto, se miraron con gesto de extrañeza y, sin consultarse, descalificaron al participante diciéndole:

— Su chisme es incomprensible por exceso de errores ortográficos.

(Este es el Artículo Nº 2.042)