domingo, 1 de diciembre de 2013

Las religiones aportan reconocimiento social

  
Ser  abogado, alfarero, diseñador o católico implica otras ventajas que se suman a la utilidad principal: SER socialmente reconocido.

Este artículo es continuación de otro (1) en el que, básicamente, decía que para los humanos no alcanza con que sintamos estar vivos cuando observamos las actividades biológicas de respirar, ir, venir, hacer cosas, también necesitamos el reconocimiento social, precisamos SER para los demás.

Para acceder a esta segunda constatación de existencia buscamos poseer características que nos identifiquen públicamente y, en el mencionado artículo, hacía mención a los esfuerzos que hacemos para acceder a un título y ponía como ejemplos los de abogado, alfarero o diseñador.

Por lo tanto, para poder satisfacer esa necesidad de sentirnos reconocidos socialmente como existentes, apelamos al estudio: con los estudios logramos que alguna entidad educativa nos provea un título que servirá, directamente, para confirmar oficialmente que SOMOS abogados, alfareros o diseñadores.

Aun reconociendo que no es un argumento serio para la mayoría de las personas, es preciso que lo diga: la palabra estudios es, en nuestro idioma, la yuxtaposición de otras tres palabras: ES TU DIOS.

Si usted tolera este debilitamiento de la racionalidad como para admitir que dicho fenómeno lingüístico tiene alguna influencia en nuestra vida como hispanos (pues la palabra «estudios» no es la suma de otras tres en los demás idiomas), avancemos otro poco.

Para poder decir «Yo SOY católico», (o adherente a cualquier otra religión), necesito hacer menos esfuerzo que para decir «Yo SOY abogado, alfarero o diseñador».

Por lo tanto, esta forma de conseguir el reconocimiento social es la más económica, la más accesible para quienes no pueden hacer un esfuerzo mayor.

Reconozcamos que ser  abogado, alfarero, diseñador o católico implica otras ventajas, (laborales, religiosas), que se suman a la que, como digo,  probablemente sea la principal: SER socialmente reconocidos.


(Este es el Artículo Nº 2.088)



Relación entre vivienda propia y salud


En nuestro idioma están lingüísticamente asociados conceptos tan dispares como las enfermedades de mal pronóstico y la vivienda propia.

En otro artículo (1) les comentaba que, desde cierto punto de vista, las personas funcionamos con si fuéramos palabras cuya definición está compuesta por todas las opiniones que genera nuestra existencia.

Si esto fuera aceptable, como intenté demostrar en el mencionado texto, las palabras de nuestro idioma tienen una influencia especial en nuestra forma de ser, en nuestras creencias, en nuestras decisiones.

Claro que, así como en nuestra conciencia no está la idea de que somos palabras tampoco está la influencia que tienen las palabras en nuestra vida.

Todo lo que tiene que ver con el lenguaje funciona, según el presente punto de vista, a nivel inconsciente, esto es, funciona sin que lo sepamos, sin perjuicio de lo cual podemos elaborar hipótesis como estas cuya utilidad práctica también operará a nivel inconsciente.

Veamos el caso que justifica este preámbulo.

La palabra desahuciar (2) tiene los siguientes significados:

1 — Quitar a uno toda esperanza de conseguir lo que desea:
siento ser yo quien te desahucie de tus fantasías.

2 — Considerar el médico que un enfermo es incurable:
le desahuciaron sin atender a más pruebas.

3 — Despedir el dueño de un piso, local o finca a su inquilino mediante una acción legal:
lo van a desahuciar por falta de pago.

Como vemos, la palabra desahuciar tanto significa un mal pronóstico para nuestras expectativas en general y sobre la evolución de una enfermedad en particular, como ser expulsados a la calle de nuestra vivienda.

Con esta particularidad de nuestro idioma nos explicaríamos por qué es lógica la convicción según la cual quienes no poseen una vivienda propia se exponen a múltiples infortunios, pues la eventualidad de un desalojo está, lingüísticamente, asociada a la salud.



(Este es el Artículo Nº 2.077)


Las leyes intentan que seamos todos iguales

  
Los ciudadanos funcionamos como si fuéramos palabras y las leyes procuran que actuemos de manera similar, como si fuéramos sinónimos.

Para el psicoanálisis  las personas somos como somos dependiendo de cómo somos alcanzados por el lenguaje.

Lo digo de otro modo: usted y yo somos hispanos, hablamos un mismo idioma, pero, sin embargo, hablamos dándole a las palabras significados ligeramente distintos.

Además, en los diferentes pueblos, escribimos las palabras como indica la Real Academia pero las pronunciamos de manera particular.

Además, cada uno de nosotros, individualmente, evalúa las palabras según las emociones personales, los recuerdos, las asociaciones.

Además, y esto es lo importante, cada uno de nosotros funciona como si fuera una palabra a la que los demás les dan un significado personal. Por ejemplo: la palabra juanpérez significa:

— para unos “buen compañero, divertido, impuntual”;

— para otros significa “buen compañero, aburrido, celoso”;

— para otros significa “padre, severo, temible”.

El mismo señor Juan Pérez es como una palabra a la que los demás le asignan significados diferentes, que afectan al señor Juan Pérez en su vida social.

Por supuesto que, a su vez, el señor Juan Pérez tiene sus propias opiniones sobre los otros.

Como los demás también parecen palabras merecedoras de una definición, entonces Juan Pérez define:

— a su jefe diciendo que es «arbitrario, no tan malo como el anterior, emocionalmente inestable»;

— a su compañera matrimonial la define como «excitante, buena madre, celosa»;

— y a su hijo lo define como «adolescente típico, desordenado, cariñoso».

El señor Juan Pérez, con sus personales definiciones de estas personas, también está generando en ellas diferentes formas de participar en la sociedad.

Podemos apreciar entonces cómo esta actitud humana de definirnos recíprocamente genera una densa red de vínculos tejida con expresiones lingüísticas.

Las leyes procuran que actuemos de una misma manera, como si fuéramos sinónimos.

(Este es el Artículo Nº 2.094)


‘Ser humano’ también es un título

  
Aunque estudiamos para desarrollar una vocación, estudiamos fundamentalmente para que la sociedad que integramos nos reconozca como SERES (humanos).

Si bien todos tenemos dudas sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina, padezco una duda similar cuando me pregunto si los humanos actuamos como se nos ocurre —y luego describimos con palabras de nuestro idioma eso que hicimos—, o por el contrario, es el lenguaje el que nos obliga a realizar ciertas acciones.

Me explicaré de otra forma:

Cuando estudiamos hasta terminar una carrera de abogacía, alfarería o diseño, podemos decir ante los demás, sin que nadie tenga derecho a contrariarnos: «Yo SOY abogado», «Yo SOY alfarero» o «Yo SOY  diseñador».

Mi duda está en si alguien estudió lo que estudió porque le gustaba, porque se le ocurrió, porque no tuvo nada mejor para hacer o, por el contrario, estudió lo que estudió porque necesitaba poder decir, sin que nadie tuviera derecho a contrariarlo, «Yo SOY (abogado, alfarero o diseñador)».

Aunque parece obvio que todos estudiamos porque se nos ocurre, (para lo cual decimos que estudiamos según nuestro libre albedrío), es admisible la suposición de que estudiamos, en primer lugar, porque necesitamos SER ante los demás, necesitamos ser reconocidos, porque a pesar de que nos sentimos con vida anatómica, algo nos lleva a buscar el reconocimiento de nuestro semejantes dentro del colectivo que integramos.

Como no creo que seamos tan libres como para hacer lo que se nos ocurre, tiendo a pensar que somos seres gregarios, que dependemos en gran medida de sentirnos integrantes de algún colectivo (familia, equipo deportivo, nación).

Si esto fuera cierto (que somos profundamente sociales y escasamente autosuficientes), entonces, cuando buscamos una identidad que los demás nos reconozcan, lo que hacemos es un esfuerzo para SER (abogados, alfareros, diseñadores). Necesitamos titularnos como SERES (humanos).

(Este es el Artículo Nº 2.087)