sábado, 1 de marzo de 2014

Solo recibimos algo cuando entregamos algo más


Los jóvenes no consiguen trabajo mientras no entienden que solo reciben dinero quienes entregan algo MÁS valioso que el dinero que reciben.

Amo estudiar, pero no estoy a favor de estudiar por razones éticas, cumpliendo un mandato patriótico, ciudadano, moral.

Quien estudia sin ganas funciona como una mujer que se expone a ser violada, que sufre por ser violada, pero que, en el fondo, le gusta porque se gratifica con la sensación del «deber cumplido».

La enseñanza es un negocio como cualquier otro servicio: sanitaria, limpieza, pintura de casas, mueblería, decoración.

Hay quienes se dedican a enseñar porque ganan dinero honradamente atendiendo la necesidad de algunas personas de aprender lo que más les gusta o atendiendo la necesidad de algunas personas de obedecer ese mandato cultural de «ser estudiante», «de aprender lo que le dicen que debe aprender», de ocupar su tiempo y energía como otros quieren, en desmedro del propio interés y deseo.

Quienes estudian por obediencia me entristecen. Son casos de esclavitud contemporánea. Quienes estudian por obligación han perdido parte de la dignidad humana. Siguen mereciendo el mismo amor que nos merecemos todos: quienes hacemos un trabajo con placer y quienes hacen un esfuerzo porque están obligados, pero esta igualdad en el merecimiento de amor no oculta la desigualdad que los perjudica: no son dueños de su deseo, tienen que alquilar su cuerpo para que otros lo usen para gozar a través de él. Igual que mis amadas prostitutas.

Por ejemplo: existen personas que aman el idioma inglés, sin embargo, muchos estudian como prostitutas, es decir, porque otros les insisten, los presionan, usan ese cuerpo juvenil para hacer lo que ellos no hacen: gozar el propio cuerpo, tiempo, energía.

Estudiar inglés actualmente es como perder tiempo recordando los resultados de todas las multiplicaciones, siendo que las máquinas de calcular están incorporadas hasta en el infaltable teléfono.

No busquen culpables. Esto ocurre de este modo porque así están organizadas todas las sociedades. Si los esclavos buscan culpables de su esclavitud es solo para alentar una imaginaria justicia que, por lenta, los mantendrá en la prostitución en forma crónica.

Uno de los motivos por el cual no existen culpables es que muchas de estas esclavitudes cuentan con la complicidad de los esclavos.

Cuando los jóvenes conservan la omnipotencia infantil son idealistas, se llevan el mundo por delante y se imaginan que pueden ganarse el sustento cuando quieran, con la misma facilidad que consumen los recursos que les proveen los padres.

La omnipotencia y la búsqueda de culpables son síntomas de la enfermedad más insidiosa que afecta a la humanidad: la esperanza. A veces los padres necesitan fallecer para que estos delirantes esperanzados logren entender que el dinero no se gana a pura voluntad. Solo se gana entregando algo que para otros sea más valioso que el mismo dinero. Si lo que entregan no es más valioso que el dinero, entonces se lo guardarán porque nadie es tan tonto de permutar una cosa valiosa por otra menos valiosa.

Lo repito: para recibir dinero de alguien tenemos que entregarle un esfuerzo que ese alguien valorice MÁS que el dinero que entrega. Dije «MÁS»: ni siquiera igual.

(Este es el Artículo Nº 2.122)


La Iglesia Católica evita un genocidio


La Iglesia Católica es imprescindible porque los humanos no sabemos organizarnos sin desigualdad en el reparto de la riqueza.

Nos dice el Papa Francisco I en uno de sus mensajes de Cuaresma (febrero de 2014):

«Así, explica Francisco, “la pobreza de Cristo es la mayor riqueza”, y Cristo “nos invita a enriquecernos con esta rica pobreza y pobre riqueza suyas”. Es más, “la riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza”.»

Para que nadie quede sin entender este párrafo, les informo que el mismo integra un texto que se titula La pobrísima riqueza y la riquísima pobreza - A la miseria material se la combate con la caridad, a la moral y a la espiritual con la misericordia. (1)


Como usuario del idioma, me cuesta entender el párrafo entrecomillado. Quizá si yo no fuera ateo lograría una mejor comprensión.

Sin embargo, les comento a quienes sí lo entienden: En general, la Iglesia Católica le hace suaves recomendaciones a los ricos para que regalen un poco más de las fortunas que ganan honradamente y alienta a los pobres para que toleren, sufran, soporten, aguanten.

Si mal no entiendo, la Iglesia Católica les dice a sus creyentes que imiten a Cristo: en su infinita bondad, en la austeridad de su vida, en la resignación ante la injusticia, que incluye dejarse matar en una máquina de tortura (la cruz).

¿Qué logra la Iglesia Católica con esta actitud, que ya lleva varios siglos? Lo que logra con su prédica es apaciguar los ánimos, evitar los estallidos sociales que podrían ocurrir cuando se informa que las 85 personas más ricas del mundo poseen la misma cantidad de recursos materiales que los 3.750 millones de personas más pobres del planeta (es decir, la mitad de la población mundial) (2).

El agua bendita que utilizan en sus ritos parece apagar un incendio inminente, por el cual la minoría más adinerada tendría que perecer descuartizada por una mayoría indignada ante la obscena desigualdad en la distribución de la riqueza.

Una posible explicación de por qué convivimos ricos y pobres sin matarnos, es:

En nuestra especie solo sabemos organizarnos generando fuertes desigualdades en la distribución de la riqueza. Para evitar el genocidio de los ricos a manos de los pobres, la Iglesia Católica, como si fuera una Agencia de Publicidad, se encarga de enfriar los ánimos, por lo cual los ricos le pagan grandes sumas de dinero, cuya aplicación puede observarse en la riqueza fastuosa que vemos en el Vaticano y en casi todas las iglesias del planeta.

Conclusión: si los ricos no mantuvieran económicamente a la Iglesia Católica, serían ajusticiados y no existirían empresas donde ganarnos el pan de cada día.

(1) Ver artículo de ALETEIA

(2) Resumen del informe anual de Oxfam, presentado en la cumbre de Davos llevada a cabo a comienzo de 2014.

(Este es el Artículo Nº 2.119)


El realismo de la realeza del rey

Propongo una hipótesis según la cual, la pobreza está fuertemente vinculada a la pérdida de realidad, al excesivo idealismo y a la delirante espiritualidad.

Imaginemos un gran palacio, rodeado de muros muy elevados, como los que tienen las cárceles, pero destinados a que nadie entre, en vez de estar destinados, como en las cárceles, a evitar que alguien salga.

De más está decir que esta situación ocurre así porque dentro del palacio todos viven mejor que afuera de los muros, mientras que dentro de la cárcel todos viven peor que adentro de los muros.

Uno de los sentimientos que impulsa ingresar o egresar, según los casos mencionados, es la envidia. Los que están afuera del palacio envidian a los que están adentro y quieren entrar, mientras que los que están adentro de la cárcel envidian a los que están afuera y quiere fugarse.

Como toda regla general, existen excepciones: algunos que lograron ser aceptados para vivir en el palacio finalmente desistieron y prefirieron volver a vivir con el pueblo, así como algunos que lograron pagar la deuda con la sociedad y fueron aceptados por esta en calidad de ex-convictos, luego reincidieron en la actividad delictiva e ingresaron nuevamente a la cárcel.

Si logramos comunicarnos en este planteo, casi gráfico, del palacio y la cárcel, pasaré a compartir un comentario para que usted lo juzgue con su criterio personal.

En el palacio vive un rey con su corte, compuesta por familiares, colaboradores, auxiliares, artistas, asesores y algunos inútiles pero simpáticos.

Todo lo que concierna al rey merece el nombre de «realeza» y decimos que algo es «real» cuando proviene del rey.

«Realeza» y «realidad» significan cosas muy similares. Quizá, en su origen, los hispanoparlantes quisieron creer que las ideas del rey siempre eran buenas porque estaban inspiradas en la realidad.

Es posible pensar que en ese mundo inconsciente que nos gobierna, tan determinado por fenómenos lingüísticos, (como son el significado de las palabras, pero también por su etimología y hasta por las proximidades fonéticas), hayamos intuidos que la riqueza, el confort, el bienestar, la calidad de vida, están del lado de la realidad, mientras que la pobreza, la incomodidad y demás inconvenientes derivados de la escasez de recursos materiales, están fuera del castillo, alejados de la realeza y de la realidad.

En suma: es probable que la pobreza sea un fenómeno vinculado con el idealismo, con el alejamiento de la realidad material.

Es probable también, que los clérigos de más alto rango se alojen dentro del palacio porque a esa investidura la lograron asumiendo más realismo que los sacerdotes más idealistas.

(Este es el Artículo Nº 2.127)


El mensaje secreto de algunas palabras

En el uso de las palabras «tuyo» y «tuya» podemos encontrar una ideología, según la cual las mujeres pueden opinar pero quienes deciden por los dos son ellos.

El lenguaje condiciona la relación entre los sexos.

Me referiré al ejemplo que inspiró este artículo. Más exactamente, me referiré al pronombre posesivo, (que a veces funciona también como adjetivo), «tuyo» y su voz femenina, «tuya». Los respectivos plurales (tuyos y tuyas) no habré de considerarlos.

Cuando, en una situación notoriamente erótica, cariñosa, romántica, él le dice a ella «soy tuyo», solemos entender que él le está reconociendo a ella cuánto lo posee. Le está diciendo a ella «te pertenezco», «soy de tu propiedad», «tú eres mi dueña».

Ella, seguramente, se sentirá muy complacida por esta especie de enunciado notarial, en el que un varón documenta, por propia voluntad, su entrega en propiedad a la dama. Ella puede sentirse tan poderosa como una reina, como una terrateniente, como una rica mujer, propietaria de un ser humano de valor incalculable.

Hace más de tres años (cursa febrero de 2014) escribí un artículo (1) en el que ponía un ejemplo de cómo, el aparato psíquico, está diseñado como una casa con tres sectores diferenciados.

Uno de esos sectores, el YO, es el que se encarga de vincularnos con la sociedad. Es el que representa a los otros dos sectores: el inconsciente y el superyó.

Sin desconocer las sugerencias que recibe del inconsciente (instinto reprimido por las normas culturales) y sin desconocer las normas éticas, cuyo cumplimiento vigila el superyó, el YO es algo similar al Presidente de una República, quien representa al país cuando sale al exterior y administra el gobierno del pueblo, atendiendo a sus reclamos, necesidades, deseos, urgencias.

En suma: el YO es algo parecido al presidente de nuestra psiquis, pero no el tirano ni el rey: solo es el presidente de una república democrática.

Cuando el señor enamorado que presenté más arriba, le dice a la ingenua y anhelante (de poder) mujercita, «soy tuyo», en realidad le está diciendo «soy tu-yo», es decir, «soy quien preside las decisiones de tu psiquis».

¿Qué ocurre cuando es ella la que le dice a él «soy tuya»?

Aplicando la misma forma de razonar anterior, lo que ella le está diciendo es mucho menos oscuro. Ella no tiene segundas intenciones como él. Ella le dice algo así como «Soy tu ahora», «Soy lo que desees ya», «Soy tu fuente de satisfacción actual».

En suma: es posible pensar, aunque no sea posible demostrar, que el idioma tiene embebida una ideología, según la cual el varón gobierna y la mujer lo obedece. Él tiene voz y voto pero ella solo tiene voz, en tanto él, al poder decir «soy tu YO», vota por él y por ella.


(Este es el Artículo Nº 2.144)


Joe, el taxista

Joe era un hombre de piel oscura que hablaba poco.

Mucho tiempo después que dejé de verlo, supe por Vanessa que él era taxista y músico.

Pasaba gran parte de la noche manejando y tocando el saxo en un night-club frecuentado por marineros.

Joe tenía una existencia casi animal hasta que conoció a un hombre al que invitó a cenar. El comensal agachó la cabeza y devoró lo que le sirvió. Después buscó con la mirada una cama, se acostó en ella, acomodó el antebrazo debajo de la cabeza y se durmió.

Se despertaron al medio día, Joe salió a tomar una ducha y cuando volvió encontró al visitante en la misma posición pero sin ropa y con olor a jabón. Las sábanas parecían recién compradas.

Joe se le acercó, le acarició la pierna derecha a contrapelo y al tocarle los genitales observó cómo estos reaccionaron. Le practicó una fellatio muy breve porque, sin saberlo, esa era una tercera destreza, además de conducir sin accidentes y de tocar el saxo sin partitura.

El invitado siempre estaba postrado, mirando el techo y con perfume de jabón. Le practicaba sexo anal con repentina energía. A pesar de sentir un intenso dolor inicial, Joe imaginaba hermosas melodías.

Nunca se hablaban; no solo porque ambos eran muy lacónicos sino porque poseían idiomas diferentes. Aunque tenían el mismo sexo anatómico, concebían la realidad con lenguajes distintos.

Un día, el visitante se fue. Cuando Joe volvió, el amante ya no estaba. El cerebro atormentado buscó alivio componiendo la melodía que quizá usted ya conoce (1). Vanessa, la muchacha que mantenía la higiene de aquella gente, inventó una letra en francés bastante incoherente.

A los pocos días que Joe también se fue del edificio, Vanessa me contó esta historia. Por pura curiosidad le pedí que me dejara entrar a la habitación. Me tiré en la cama del visitante, puse el antebrazo como almohada y comencé a mirar el techo.

Las manchas de humedad parecían comunes, pero luego me provocaron ideas, asociaciones, recuerdos, interrogantes, angustia, miedo, deseos sexuales, alegría ...

Según cuentan, algo parecido le ocurrió a Rorschach cuando inventó el test proyectivo más famoso y que, merecidamente, lleva su nombre (2).

(1) Video en el que Vanessa Paradis interpreta Joe le taxi. 

(2) Artículo en Wikipedia sobre el Test de Rorschach

(Este es el Artículo Nº 2.142)


La naturaleza nos dice ‘DESconócete a tí mismo’

Todas las culturas nos impiden conocer nuestra psiquis para convertirnos en ciudadanos inseguros, temerosos y eventualmente traidores de nuestros semejantes.

La sociedad nos enseña a conocer lo que debemos saber para colaborar con ella y también nos enseña a ignorar lo que no debemos saber (también) para colaborar con ella.

Por ejemplo, debemos ignorar que nos enseñan a ignorar porque si lo supiéramos podríamos enterarnos, por ejemplo, que es absolutamente normal tener miedo a estudiar, a trabajar, a vincularnos afectivamente.

La enseñanza de la ignorancia se parece a esas situaciones en las que un hermano le dice a otro: «Te contaré algo pero prométeme que no se lo dirás a mamá». En este caso dos hermanos, por alguna razón, necesitan la ignorancia de la madre. Las sociedades también necesitan que los ciudadanos ignoren algunas cosas pero, paradójicamente, de sí mismos.

La cultura necesita que sintamos mucho miedo, que seamos cobardes, asustadizos. ¿Para qué? Para que seamos fácilmente dominables, para que seamos obedientes, incapaces de tomar riesgos, inseguros de nuestras opiniones, fóbicos ante el ridículo.

Todas estas debilidades son propias de nuestra especie. Nadie nace valiente, confiado, decidido, pero ¿cómo se las ingenia nuestra cultura para que estas debilidades naturales se tornen paralizantes, discapacitantes, patológicas? Enseñándonos a negarlas, a repetir que somos audaces, confiados, dignos de ser representados por nuestros símbolos patrióticos.

El método por el cual aprendemos a ignorarnos consiste en negar públicamente las características propias de nuestra especie: el miedo, la cobardía, la tendencia a ser traidores de nuestros semejantes.

Las consecuencias no podría ser mejores: quienes sentimos en nuestra mente lo que decimos no sentir, quienes sentimos miedo pero no podemos reconocerlo, quedamos paralizados, no sabemos quiénes somos, caemos en una completa inseguridad, le tenemos miedo a todo, solo sabemos obedecer, respetar, cumplir y continuar ignorándonos.

Si usted siente que se conoce, quizá se conozca realmente o quizá sea un buen alumno del sistema pedagógico que lo adiestra para que se desconozca.

Pero ATENCIÓN!! No existe un genio maligno que nos manipula sino que así nos organizamos los humanos. Este fenómeno (enseñarnos a ignorarnos) es propio de nuestra Naturaleza y no es obra de personas malintencionadas. Nos caracterizamos por esta forma de vivir, así como usamos un lenguaje o construimos grandes edificios.

(Este es el Artículo Nº 2.118)