sábado, 17 de julio de 2010

«Me confirmó lo que yo temía»

Hace un tiempo atrás (1) les comentaba que el lenguaje también está presente cuando de ciertas cosas se habla poco o nada.

Se habla de las transgresiones de la prohibición del incesto que cometen algunos padrastros, pero no se habla de los propios deseos incestuosos.

Se habla de economía hasta el cansancio, pero no se habla del sorprendente pudor que tenemos para tratar los asuntos de dinero cada uno de nosotros.

El tema del que no hablamos, se convierte en misterioso, perturbador, temible.

Por este efecto, el silencio sobre los asuntos de los que no se debe hablar, se convierte en un mensaje lingüístico por omisión.

Es decir, la falta de discurso genera en nosotros sensaciones de que se nos está diciendo algo, tan importante y trascendente, que no se puede ni mencionar.

Conocemos el consejo que dice: «ante la duda, abstente».

En otras palabras, cuando no sepas qué hacer, no hagas nada.

También podría decirse así: «si tienes dudas, paralízate».

Hay personas expertas en el arte de dominar (¿paralizar?) por medio de la intriga.

Esta consiste en maniobras cargadas de significados confusos, ambiguos, ocultos, misteriosos, sugerentes, con muchos gestos que podrían significar cualquier cosa menos algo tranquilizador.

Las víctimas de una intriga son personas con un miedo especial a perder (la vida, la salud, seres queridos, tranquilidad, riqueza) y que tienen una visión pesimista de la realidad.

La falta de discurso explícito, activa esas ideas negativas que poseen.

Las personas intrigantes manipulan casi exclusivamente a los pesimistas porque, al presentarles un discurso hueco, carente de contenidos explícitos, estimulan la aparición de esas ideas negativas, pero como si fueran dichas por el intrigante.

El insidioso intrigante induce al pesimista para que confirme los temores que lo atormentaban y se hace pasar por el salvador a quien deberá obedecer.

(1) Esta “cosa” me provoca “cosa”
De eso no se hable

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