Al poco tiempo de terminada la Segunda Guerra
Mundial, los creadores de Enigma, la máquina del espionaje nazi, huyeron hacia
un pequeño poblado de Suiza, que ya tenían previsto por si perdían la guerra.
Todos pertenecían al servicio secreto del
nazismo y se llevaron consigo grandes sumas de dinero, para asegurarse una
vejez (económicamente) tranquila.
Al tiempo de haberse afincado en esa pequeña
ciudad campesina, rodeados de gente sencilla, amistosa, ingenua, buscaron
entretenerse poniendo en juego las destrezas militares que los habían
encumbrado en tan selecta unidad especializada.
Así fue como organizaron un concurso,
consistente en redactar chismes locales encriptados, es decir, utilizando
alguna clave que el ingenio de los organizadores debía desentrañar.
El premio era más bien simbólico: una hermosa
pistola del cuerpo de combate de élite.
A poco de inaugurado el certamen, llegó una
propuesta.
Este primer mensaje había sido escrito con
rasgos cuneiformes, propios de la cultura egipcia, con muy pocos signos
repetidos, notoriamente ordenados en columnas, donde la intensidad del trazo no
agregaba valor de significación.
Los organizadores estuvieron trabajando cerca
de treinta días hasta que lograron descifrar el siguiente mensaje: «Uno de nosotros está comunicándose
con un agente de quienes nos persiguen».
Este
mensaje empañó lo que había comenzado siendo una diversión de militares
prematuramente jubilados.
Se
sucedieron urgentes reuniones para saber quién había enviado el mensaje, pero
fue imposible saberlo. Los más paranoicos desconfiaban hasta de su propia
sombra. Los más serenos trataban de calmarlos porque, nada más delator que un
desconfiado exaltado.
Por otro
lado, el primer premio, (la pistola), seguía vacante porque solo sería
concedido a quien presentara un mensaje indescifrable.
Como a los
veinte días de haber descubierto la primera propuesta participante, apareció
otro mensaje, el que habría sido confeccionado luego de saber qué dificultades
presentaba el anterior.
En este
caso, era evidente que había sido escrito en lengua sumeria, ingeniosamente
mezclada en zigzag con lengua maya. En este caso, se repetían varios signos,
pero pronto supusieron que no aportaban significación sino que solo intentaban
confundir a los analistas.
A los 50
días de trabajo, progresivamente más intenso, los encriptólogos más capaces
empezaron a dar muestras de fatiga. Ya discutían entre ellos, a veces en
términos soeces. El colmo ocurrió cuando un general silabeó una aseveración
marcando el compás con suaves golpecitos en el hombro del destinatario. Esto
enardeció a los implicados y tres colegas tuvieron que forcejear para evitar un
escándalo.
A los 71
días, visiblemente contrariados, el jurado evaluador de los mensajes ocultos
decidió, por 4 votos a favor y uno en contra, declarar que existía un ganador.
A pocos
minutos de conocido el fallo se presentó el emisor, visiblemente eufórico.
Reveló al jurado el texto del mensaje y cuál había sido la fórmula de
encriptación utilizada.
Cuando los
integrantes del jurado leyeron el texto, se miraron con gesto de extrañeza y,
sin consultarse, descalificaron al participante diciéndole:
— Su chisme
es incomprensible por exceso de errores ortográficos.
(Este es el Artículo Nº 2.042)
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