Los legisladores, abogados y escribanos se cuidan de redactar con precisión sus leyes y documentos.
Un signo de puntuación (una coma, un «punto y aparte») puede cambiar radicalmente el sentido de un texto.
En un artículo anterior (1) les ponía el siguiente ejemplo:
«Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer andaría en cuatro patas en su búsqueda».
Este pensamiento tiene dos significados opuestos, según dónde se ubique la humilde coma:
1º) «Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer,
andaría en cuatro patas en su búsqueda», significa que la mujer es muy valiosa, mientras que
2º) «Si el hombre supiera realmente el valor que tiene,
la mujer andaría en cuatro patas en su búsqueda», significa que es el varón quien tiene mucho valor.
Claro que este es un ejemplo preparado expresamente para ser claros, donde el efecto se manifiesta con especial notoriedad. En general esto no es así.
La consecuencia de cómo pensamos, es decir, de cómo usamos los vocablos y los signos de puntuación en nuestra forma de razonar, pasa desapercibida.
Daré un ejemplo para tratar de explicarme.
Alguien puede decir «tenemos que ser coherentes».
Este pensamiento, tan importante que hasta puede ser el eje de una personalidad, el núcleo de toda una filosofía de vida, el centro ideológico de un carácter, tiene por lo menos dos interpretaciones:
— debemos ser coherentes, esto es, estamos obligados, las normas de convivencia así lo imponen, mis padres, maestros y superiores me lo imponen porque mi coherencia les da la tranquilidad de que mi conducta será previsible; o
— es conveniente ser coherentes, esto es, estamos interesados en mejorar nuestra calidad de vida, atendiendo cuidadosamente a nuestra conveniencia, a nuestras necesidades y a nuestros deseos.
Si debemos, atendemos el deseo ajeno, si es conveniente, atendemos nuestro deseo.
(1) La acción inactiva
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miércoles, 22 de diciembre de 2010
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