La palabra «mojigato»
une dos denominaciones del mismo felino. Significa: persona que, por su
falsedad, recuerda atributos de dicha mascota.
Mi padre era un hombre de campo que deseaba tener un hijo campesino y,
lamentablemente, tuvo un hijo de ciudad, sin aptitudes para la vida al aire
libre, en contacto con la Naturaleza.
Tuvo que conformarse con que su hijo amara a la Naturaleza, pero de
lejos.
En su intento por rediseñarme a su imagen y semejanza, cuando yo tenía
tres años, me sometió a una dura prueba, que felizmente para ambos logré
superar.
Volvió de una feria con una bolsa y me dijo que, si yo tenía el coraje
de meter la mano en ella, tendría un regalo.
No me costó nada porque él no tuvo en cuenta que a los niños hay que
cuidarlos de que no se lastimen: son inconscientes.
Al tocar una cosa peluda y tibia, sí me asusté, pero felizmente aprobé
el examen y pude convertirme en propietario de mi primer gato.
Quizá por eso me parecen hermosos, inteligentes: fascinantes.
Muchos años después me enteré que algunas personas les tienen tanto
miedo como para desarrollar una fobia (ailurofobia).
Alguna particularidad especial tienen porque, en la antigüedad, se los
consideraba con atributos mágicos, sobrenaturales y hasta demoníacos.
No hace tantos años, encontré por casualidad una posición intermedia,
entre mi fascinación por su belleza, elegancia, agilidad, inteligencia e
inmortalidad (se dice de ellos que tienen siete vidas) y esa fobia que los
vuelve temibles.
La palabra «mojigato» surge
de unir dos palabras sinónimas: mojo y gato.
Efectivamente, «mojo» es una interjección
usada para llamar al felino y, según cuentan, se unieron para designar a las
personas «Que fingen timidez y humildad», pues esta adorable mascota tanto inspira amistad y compañía como
soberbia y traición.
¡Cosas del lenguaje!
(Este es el Artículo Nº 2.038)
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