«Amar» o «querer», son verbos ineficientes porque dan lugar a comunicaciones confusas y —por consecuencia—, a frustraciones, enojos y a la pérdida de algunos vínculos.
Amo a muchas personas, pero es notorio que a todos los quiero de forma diferente. Le ocurre lo mismo a los padres con sus hijos.
Son pocas las personas que se animan a confesar algo tan verdadero.
Por ejemplo, nunca oímos que alguien diga «Quiero más a mi hijo menor».
Nuestro amor por el otro está inspirado por este, pero no mediante un acto voluntario que provoque y dirija nuestro sentimiento hacia él.
Tenemos acá una causa importante de la ineficiencia comunicadora del verbo: una mayoría cree que ama a alguien voluntariamente y que es amado porque hace lo necesario para que lo amen.
El afecto entre dos personas, surge porque existe una atracción, muy fácil de observar pero sin causa conocida.
Por otro lado, alguien puede decir «amo a Patricia», «amo a Ernesto», «amo a Dinamarca», «amo al idioma francés» y «amo a las motos BMW».
Está claro que esta persona tiene sentimientos muy diferentes, a pesar de que siempre usa el mismo verbo. El verbo «amo», en cada expresión, tiene significados muy distintos.
Para que el verbo querer (o amar) pierda esta particularidad de generar confusión, tendríamos que construir una nueva herramienta lingüística, que podríamos llamar «el verbo específico».
Ejemplos de «verbos específicos», serían: «quiero-a-Patricia», «quiero-a-Ernesto», «quiero-a-Dinamarca».
Ninguno de ellos es sinónimo del otro. Son todos verbos únicos, de uso exclusivo y —sobre todo— de uso excluyente, porque no podemos decir «quiero-a-Mariana» utilizando el verbo «quiero-a-Jovita».
En suma: como el amor es un sentimiento inspirado por un único objeto amado y como en la vida tenemos muchos amores únicos, necesitamos que la realidad afectiva pueda comunicarse de forma específica.
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viernes, 1 de octubre de 2010
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