Para muchos pobres la escritura es sagrada y creen ingenuamente en la sabiduría incuestionable del texto impreso.
Padezco la paranoica sospecha de que el poder es deseado por todos pero que sólo algunos son capaces de aplicar estrategias efectivas para poseerlo y conservarlo, mientras que los demás sólo aspiramos a que nos caiga del cielo, lo recibamos de regalo o lo obtengamos en un golpe de suerte de la fortuna (ganar en la lotería, por ejemplo).
Esos pocos capaces de desarrollar y aplicar una estrategia efectiva para obtener y conservar el poder, apelan a recursos ingeniosos. Los imagino con dotes para jugar al ajedrez, con talento para conocer las debilidades del ocasional contrincante, descubrir cuáles son sus puntos débiles, inducirlo para que se equivoque y provocarle el fatídico jaque mate, que al salir de esta comparación, equivale a dominarlo, tener más poder que él, subordinarlo.
Existe un refrán que dice: «Somos esclavos de nuestras palabras y amos de nuestros silencios».
Es probable que cualquier dicho popular esté diseñado para favorecer a los más poderosos en perjuicio de los más débiles porque los poderosos actúan globalmente, no descuidan ningún detalle, sólo quieren dar jaque mate sea como sea, aunque para lograrlo tengan que arriesgar y perder peones, alfiles, caballos y torres.
Voy al punto: una mayoría cree que la escritura es sagrada, que sólo está permitida para una élite, que cualquier mensaje recibido en letra de texto impreso es verdadero, que sólo unos pocos tienen el poder divino (sobrenatural) de escribir porque tienen el don de zafar de la esclavitud a la que refiere el refrán.
En suma: Los campeones del poder son dueños de los medios de comunicación, escriben y someten a quienes creen ingenuamente que un libro siempre trasmite verdades y que todo escritor es un sabio incuestionable.
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martes, 12 de julio de 2011
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