La capacidad performativa del lenguaje determina cada vez
menos la supuesta incompatibilidad del sexo femenino con los roles de poder.
Las mujeres tienen una forma de comportarse
determinada por su anatomía y por el rol asignado en cada cultura.
Toda su anatomía es determinante en mayor o
menor grado porque así ocurre en cualquier ser vivo.
Por ejemplo, ellas corren como lo hacen porque
la arquitectura ósea a la altura de la cadera está diseñada para soportar al
niño que gesten; la forma del aparato fonador (boca, cuerdas vocales, laringe),
es especial y por eso resulta fácilmente diferenciable una voz femenina de una
masculina; los gestos para hablar están determinados 100% por normas
culturales, por los usos y costumbres que indican cómo debe comportarse una
mujer.
Los rasgos primarios son los
anátomo-fisiológicos, tales como los senos, la vagina, la menstruación y los
rasgos secundarios son los conductuales: cómo corre, cómo habla, cómo
gesticula.
Hace meses mencioné, dentro de un relato de
ficción (1), a la filósofa norteamericana Judith Butler (1956 - ), quien en
varios libros ha puesto el acento en el fenómeno performativo del lenguaje, es
decir, la capacidad del lenguaje para instaurar fenómenos concretos.
El caso al que quiero referirme ocurre cuando
el fenómeno performativo se verifica cuando alguien dice de un recién nacido: «es varón» o «es niña».
Ese hecho
lingüístico instaura fenómenos concretos, por eso es performativo,
pre-formativo, un pre-determinante.
La mencionada
filósofa, Judith Butler, trabajó en particular sobre las inadecuaciones
observables en quienes parecen tener el cuerpo equivocado (transexuales,
homosexuales), pero el presente artículo solo quiere señalar que está perdiendo
eficacia el fenómeno performativo que sugería la incapacidad femenina para
gobernar (2), para detentar el poder y hasta para ser militar.
Más aún, la
mujeres que desempeñan esos roles pueden hacerlo sin perder su femineidad.
Otras menciones al concepto «función
performativa»:
(Este es el
Artículo Nº 1.552)
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