No correr ningún riesgo
es una estrategia preventiva que sería perfecta si no fuera porque equivale a
estar muertos.
Dicen que el cólico nefrítico
provoca el dolor más intenso que puede padecerse. No sé si es cierto, aunque
estaremos de acuerdo en que comparar las sensaciones subjetivas de un dolor es
imposible.
Aportarían un dato interesante
quienes habiendo sufrido dolores muy variados
pudieran compararlos.
Me interesa tanto el tema que
he creado un blog (1) para coleccionar los artículos que refieren al
sufrimiento.
La idea central de esos
artículos refiere a que la vida es un fenómeno químico, caracterizado por la
autorreproducción y que se vale del dolor y del placer para estimular ciertas
acciones adaptativas de los seres vivos.
Por lo tanto, el dolor es un
amigo, aunque su lenguaje resulte
particularmente grosero, irritante, antipático.
Es posible afirmar que el diseño de nuestras culturas está
determinado por las actitudes evitativas del dolor, con lo cual nuestra vida se
ve altamente restringida, limitada, reprimida.
Imaginemos que estamos confinados a vivir dentro de un
perímetro marcado por una línea amarilla, pero que para algunos el peligro
empiece mucho antes de pisarla.
Esa distancia que tomamos preventivamente del límite es
libertad que perdemos. Por ejemplo, si no comemos chocolate por temor al
colesterol, nos estamos privando preventivamente de un excelente alimento
porque imaginamos que nos hará daño.
Esta filosofía precavida se apoya en otra filosofía aún más
abarcativa y es que tenemos posibilidades reales de prevenir, evitar y
controlar todo lo que podría perjudicarnos.
La quietud es el objetivo de quienes, para no acercarse a la línea amarilla, decidieron no moverse
más.
La quietud absoluta como estrategia preventiva es perfecta,
pero fracasa rotundamente por un detalle que parece mínimo: esa es la quietud
de la muerte. Sin vida dejamos de sufrir.
(1) Blog Vivir duele
(Este es el Artículo Nº 1.987)
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