viernes, 23 de diciembre de 2011

La ortografía es antidemocrática

Existe una corriente simplificadora para democratizar ciertos beneficios pero la Real Academia Española no hace nada para democratizar el principal patrimonio cultural: el lenguaje.

No es nada sencillo conducir un automóvil en las densas calles de las ciudades más populosas.

Todos los involucrados hacen lo posible para que el acceso a la conducción de automóviles sea lo más popular posible: los fabricantes de vehículos, los ingenieros civiles que diseñan las calles y los expertos en señales de tránsito, parecen trabajar mancomunados para que puedan conducir su automóvil la mayor cantidad de ciudadanos.

Por su parte la industria informática hace algo similar demostrando estar guiada por el mismo espíritu democrático.

Los programas (software) cada vez requieren menos conocimientos especializados de los usuarios.

Hasta no hace mucho, para utilizar una computadora era preciso hacer cursos de varios meses de duración, sin embargo actualmente más personas le han perdido aquel terror de los primeros tiempos en los que los recién llegados temían apretar una tecla equivocada y modificar la dinámica del sistema solar.

El mercantilismo capitalista, con tal de optimizar su rentabilidad, se esfuerza para que exista una sola clase social: la de los consumidores.

Aunque ideológicamente parece ubicado en las antípodas del socialismo, el capitalismo aplica toda su energía en mejorar la calidad de compra de los potenciales clientes.

Más aún, a diferencia del socialismo, que tiende a igualar las posibilidades hacia abajo (tratando de quitarle a quienes más tienen para dárle a quienes menos tienen), el mercantilismo capitalista busca la forma de que todos tengan más: capacidad de compra, deseos, necesidades, deudas, envidia, estrés.

Observe esto: La Real Academia Española no hace nada para simplificar el idioma, generando de esta forma dos clases sociales respecto al dominio de la ortografía: unos pocos pueden con ella y una mayoría solo pueden abandonarla.

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Técnica de autoconocimiento artesanal

El diccionario de sinónimos puede decirnos quiénes somos si encontramos una primera palabra que nos defina adecuadamente.

Para muchas personas es fascinante saber quiénes son. Escuchan con particular interés cuando alguien les señala alguna característica que las diferencia del resto; también prestan particular atención a las indicaciones supersticiosas de la astrología (occidental, china, celta, maya).

Esas descripciones no son muy confiables porque todo indica que existen más de doce formas de ser y si bien estamos totalmente determinados, este determinismo proviene de una realidad muy dinámica, cambiante, que se renueva minuto a minuto.

Es probable que la fecha de nacimiento sea importante, como también lo es el instante de la fecundación, pero estos son datos que se suman a miles de otras influencias variables (genética de los padres, clima, alimentación, embarazo deseado o no deseado, evolución biológica del feto, por mencionar unos pocos).

No es nada nuevo lo que habré de contarles, pero seguramente muchos no lo conocen aún.

Con los recursos de que disponemos los internautas, comenzamos a hacer una encuesta entre quienes más nos conocen preguntándoles con qué vocablo nos definen: divertido, sorprendente, entusiasta, o cualquier otro.

Luego, utilizando algún diccionario de la web o el proveedor de sinónimos de Word (menú contextual con el cursor ubicado sobre la palabra de la que se necesitan sinónimos), vemos qué podemos obtener.

Si utilizamos este último procedimiento y con el cursor sobre la palabra «divertido», vemos que Word 2007 nos da la siguiente lista: distraído, recreado, solazado, entretenido, amenizado, explayado, parrandeado.

Con estas nuevas definiciones sobre cómo somos, podemos armar un pequeño texto que nos defina, como lo haría un novelista con un personaje.

Una vez depurada esta auto descripción primaria, hacemos lo mismo con los sinónimos de los sinónimos, y así sucesivamente.

La astrológica es menos exacta que este procedimiento.

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El fútbol también simboliza el robo

El fútbol simboliza el apoderamiento de un objeto deseado (la pelota) y sólo permite sublimar el deseo de robo entre quienes son capaces de simbolizar.

La «propiedad privada» es una imposición cultural opuesta a nuestros instintos.

Como he sugerido en otros artículos (1), la transgresión a la propiedad privada genera:

— malestar entre las víctimas;

— ambivalencia («Me disgusta pero siempre existió») entre los observadores que aún no fueron perjudicados;

— dolores de cabeza en los jerarcas que prometieron «terminar con el flagelo de la delincuencia»;

— apasionamiento entre quienes luchan por mejorar la distribución de la riqueza al estilo Robin Hood (2);

— fuentes de trabajo entre quienes venden promesas de seguridad en forma de «guardia permanente», enrejados, alarmas.

También he sugerido que un individuo con la función simbólica subdesarrollada (3) (escaso lenguaje, pobre interpretación del entorno, dependencia de los prejuicios), tiene también subdesarrollada la relación causa-efecto. Me explicaré:

— el fútbol es un deporte apasionante para millones de personas;

— el juego representa, teatraliza, simboliza varios sentimientos, fantasías y deseos inconscientes (4);

— los mejores jugadores de fútbol son aquellos capaces de apoderarse y no perder una pelota que representa (simboliza) «el objeto deseado», «la riqueza», «la vida»;

— los fanáticos del juego concurren, se emocionan, aplauden a esos jugadores que con destreza física, fuerza, audacia, creatividad, atrevimiento, desprecio por los contrarios, se apoderan del objeto deseado (la pelota) para introducirla justamente donde esos contrarios no quieren: en su propio arco.

Quienes tienen desarrollada la capacidad simbólica, calman su deseo de apoderamiento tan sólo disfrutando del espectáculo deportivo que lo teatraliza, lo representa, lo simboliza.

Quienes no tienen desarrollada la capacidad simbólica, no calman el deseo de apoderamiento porque no lo subliman con esta metáfora deportiva. Sólo calman el deseo de apoderamiento robando, comprando objetos robados, venerando a Robin Hood, evadiendo impuestos, ignorando los actos vandálicos.

Nota: «Sublimar» significa satisfacer un deseo prohibido con acciones permitidas, por ejemplo, canalizar los impulsos agresivos practicando boxeo.

(1) Envidiamos a los ladrones

Sanciones económicas para delitos económicos

(2) Robin Hood, presidente
El robo y las ideologías de izquierda

(3) Hijos que enriquecen e hijos que empobrecen
La ignorancia impide percibir

(4) Los insultos sexuales alivian frustraciones

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sábado, 3 de diciembre de 2011

La ignorancia impide percibir

No podemos percibir (comprender lo que vemos, oímos, etc.), aquello de cuya existencia carecemos de alguna información mínima.

Aunque parecería ser que estoy en contra de las creencias, fundamentalmente las religiosas, he mencionado pocas veces (lo reconozco), que si no fuera por algunas creencias no podríamos percibir.

Dicho de otro modo, debo creer que existe una pared, construcción rígida que me aísla del exterior, para que cuando me acerque a ella pueda percibirla (verla, tocarla, no querer atravesarla).

Aunque el dicho popular exclama «¡Si no lo veo no lo creo!», previamente ocurrió que «¡Si no lo creo, no lo veo!».

Las percepciones son construcciones psicológicas provocadas por algún estímulo (la pared es un estímulo visual y táctil que construye mi percepción).

Un asunto muy interesante es que para poder aprender necesitamos percibir y si para poder percibir necesitamos creer en la existencia de lo que percibimos, entonces será muy difícil percibir aquello en lo que no creemos.

El sistema educativo tiene un componente religioso en tanto trata de inculcarnos creencias para habilitar nuestra aptitud perceptiva:

— nos hace creer que existen los continentes y los océanos (hablándonos de ellos, mostrándonos imágenes) para que podamos percibir el contexto geográfico donde habitamos o hacia dónde nos gustaría ir;

— nos hace creer que el idioma que hablamos no es un conjunto de sonidos sino que se rige por leyes gramaticales, para que podamos entender lo que escuchamos, lo que leemos y para que a su vez sepamos construir mensajes que otros entiendan.

— nos hace creer en las matemáticas para que podamos percibir que nuestro cerebro razona, deduce, combina.

Somos engañados cuando nos inculcan creencias falsas que nunca podremos constatar con nuestros sentidos o deducir con nuestra inteligencia.

En suma: la ignorancia es una falta de creencias que nos permitan percibir o razonar.

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Metáfora de un tratamiento psicoanalítico

Imaginemos un preso internado en una cárcel de un país donde no conoce ni el idioma ni la cultura.

Alguna vez ocurrió, como en una pesadilla, que él circulaba por la calle cuando repentinamente sintió unas sirenas que se acercaban cada vez más. Pensó que se trataría de un incendio en un edificio cercano, o de ambulancias que concurrían a atender enfermos, o patrulleros que perseguían a delincuentes.

Quedó paralizado cuando esos patrulleros se dirigieron directamente hacia él, lo rodearon decenas de policías gritándole cosas incomprensibles, le juntaron las manos en la espalda, lo esposaron, lo levantaron en el aire y lo introdujeron en uno de los vehículos para llevárselo a esa cárcel que mencioné al principio.

Supuestamente le habrán dicho de qué se lo acusaba, transcurrió toda una escena parecida a un juicio, pero no pudo entender.

Una vez quiso fugarse, pero lo apresaron, lo maltrataron, le gritaron y algo le hizo pensar que su condena ahora sería mayor.

Pasaron diez, quince, veinte años, intentó fugarse nuevamente y volvieron a apresarlo.

La situación fue aún peor al intento de fuga anterior. Se resignó a pensar que así moriría.

Sin embargo, en cierta ocasión, algo estaba cambiando. Los guardianes le sonreían, ya no le pasaron cerrojo a su celda, le traían comida más sabrosa, o por lo menos eso le pareció a él.

Con cierto temor intento salir de la cárcel y nadie se opuso. Llegó a la calle, la gente hacía la vida de cualquier pueblo, comenzó a caminar, logró llegar a su país y allá lo recibieron como si nunca se hubiera ido.

Algunos padecimientos psicológicos (ansiedad, enfermedades psicosomáticas, pánico, impotencia, histeria, fobia, obsesión) nos quitan calidad de vida (encarcelan), cuando queremos eliminarlos con medicamentos (intentos de fuga) la situación empeora, pero un tratamiento psicoanalítico lentamente lo desvanece.

Artículo vinculado:

Las revueltas psicoanalíticas
Lo que otros afirman que me conviene

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Lo que otros afirman que me conviene

Puede ocurrirnos que algo indiferente se convierta en importantísimo por la opinión de terceras personas que influyen sobre nuestra capacidad crítica.

En Uruguay tenemos un conjunto musical que se llama «No te va a gustar» (1).

Según mi encuesta personal, ese nombre provoca una publicidad por la contraria pues apela al espíritu de contradicción que tenemos los latinos en general y los hispanos en particular.

Si ellos mismos dicen «No te va a gustar», algo dentro de nosotros querrá preguntar:

— ¿Y quiénes son ustedes para decir qué habrá de gustarme? Pues para demostrarles que se equivocan, entonces compraré todas las grabaciones y no me perderé un solo concierto.

Eso es lo que aparentemente ocurre porque desde hace años gozan de un éxito fenomenal.

Sin embargo, la incapacidad de cualquier idioma para ser conciso hace que ese mismo nombre del conjunto musical también aluda a otro significado.

Efectivamente, el poder de sugestión que tienen algunas afirmaciones que nos llegan puede ser determinante, y si una madre se alarma porque la hijita es abrazada con especial ternura por un adulto, es probable que esa alarma se constituya en el núcleo de alguna dificultad futura.

Los niños suelen tolerar miles de situaciones que no entienden, les resbalan, las olvidan, hacen como que nunca ocurrieron, pero si una madre le grita a la niña como si la viera jugando al borde de un precipicio:

— ¡Ven para acá inmediatamente!—, aquel abrazo se convierte en algo que la madre decretó como «No te va a gustar» y efectivamente así suele ocurrir.

La niña, que no entiende qué pasó pero que por la reacción de la madre (maestro, sacerdote, médico, o quien fuere) intuye que fue algo gravísimo, podrá quedarse con la idea de que alguna vez quisieron violarla, cosa que muchas adultas afirman con total convicción.

(1) Este conjunto musical se denomina «No te va gustar» (NTVG), porque fonéticamente solemos no pronunciar la doble ‘a’.

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Hijos que enriquecen e hijos que empobrecen

La formación educativa nos desarrolla la función simbólica sin la cual el instinto reproductivo sólo puede satisfacerse teniendo muchos hijos.

Los seres humanos contamos con la función simbólica. Todos disponemos de ella aunque con diferente grado de desarrollo.

Esquemáticamente digo que esta función es la que permite representar un vaso de vidrio por la palabra «vaso».

Cuando nos comunicamos, podemos entendernos tan sólo pronunciando esa palabra y no necesitamos mostrarlo.

La función mental que genera y comprende símbolos está —como dije—, diferentemente desarrollada.

Los niños, los jóvenes y los adultos con escasa formación educativa poseen un capital verbal escaso. A veces los vemos apoyarse en la mímica para poder comunicar algunas ideas y tienen dificultades con la comunicación telefónica y escrita.

Estas dificultades en la comunicación son importantes pero no tanto como otras áreas de la vida cotidiana.

Los humanos estamos instintivamente obligados a conservar la especie (1) y por lo tanto a desarrollar nuestra sexualidad con fines reproductivos.

En los hechos no siempre podemos tener todos los hijos que la naturaleza nos proveería sin usar barreras anticonceptivas. Por eso precisamos gestionar una planificación familiar.

Las personas con escaso desarrollo de la función simbólica suelen tener más hijos que los más intelectuales. En nuestras culturas es casi una constante que los que han estudiado poco son más pobres que los que han estudiado mucho. Esto explica por qué los pobres tienen más hijos que los ricos.

Simbolizar la reproducción equivale a tener una fábrica, cultivar la tierra, crear obras de arte.

Quienes tienen desarrollada la función simbólica pueden sustituir a los hijos reales por otras «creaciones» cuya consecuencia económica es diametralmente la opuesta.

En suma: Un buen desarrollo de la capacidad simbólica permite que el instinto reproductivo pueda expresarse en armonía con otras necesidades económicas de las familias.

(1) Blog destinado a La única misión (conservar la especie)


Artículo vinculado:

La ceguera por convicción

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El deseo es inconsciente y desconocido

Es difícil conocer nuestros deseos. Lo que sí conocemos son los anhelos inspirados por los deseos mientras se conservan inconscientes.

Hay quienes afirman que los deseos son un misterio, imposibles de conocer y que lo único que podemos conocer son los anhelos.

Quienes suponen que esto es así, agregan que cuando hablamos de deseos (tomar un helado, conocer otros países, mirar una película) en realidad estamos refiriéndonos a anhelos.

Esta idea es bastante creíble cuando pensamos en términos de psicosomática y la casi imposibilidad de saber cuál es la causa de que una enfermedad se resista a la curación.

No descartaría la hipótesis de que un deseo jamás puede ser verbalizado, descripto con palabras.

Un deseo es un envión que nos impulsa a hacer ciertas cosas como las mencionadas (tomar helado, etc.), pero que en realidad esta no es más que una representación del verdadero deseo.

Cuando alguien desea tomar un helado (debería haber dicho «anhela» tomar un helado), en realidad está deseando otra cosa.

Por poner un ejemplo, el anhelo de tomar helado puede estar impulsado por un recuerdo olvidado (deseo) referido a la época de la lactancia, o al último beso que le dimos a un ser querido fallecido, o a la impresión que nos provocó ver a una persona que hacía gestos obscenos con la lengua, o a una temida operación de amígdalas que finalmente no se concretó, o al rezongo que recibimos por ensuciarnos la ropa con helado por falta de firmeza en la mano.

Según parece lo más cerca que podemos estar de nuestro deseo se presenta en mínimos detalles de nuestra existencia, como son los lapsus, actos fallidos o sueños.

Conocer el deseo nos permitiría destrabar algunas conductas o padecimientos complejos y eso suele ocurrir por ensayo y error en las terapias analíticas.

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La causa de los caprichos

Los niños y los ancianos no son arbitrariamente caprichosos sino que su vulnerabilidad biológica provoca esas demandas.

Los humanos somos animales muy gregarios, necesitamos vivir en grupos, a tal punto que la ciudad de Tokio (Japón) contiene la friolera de treinta millones de habitantes.

Gran parte de nuestro funcionamiento psíquico está destinada a los vínculos.

Un vínculo es el elemento por el que corren los afectos positivos y negativos. A través de la amistad, vecindad, familiaridad, nos atraemos y repelemos, tensando así los nexos de una red social, que si está comunicada por Internet puede practicarse usando los servidores y software de Facebook, Twitter, MySpace y muchos más.

La evolución biológica hace que en la niñez y en la ancianidad seamos más vulnerables y dependientes de esos vínculos por los que circula el amor, el reconocimiento, la solidaridad.

Las señales de que estamos recibiendo el amor tienen que ver con ese reconocimiento que los demás pueden o no ofrecernos a través de la mirada.

Pero una vez lograda la mirada surgen otras necesidades, siendo una de ellas el tener en cuenta nuestros gustos personales.

En la convivencia colectiva, procuramos atraer ese amor cumpliendo los usos y costumbres (vestimenta, lenguaje, conducta). El afecto del colectivo es tan bajo que nuestro principal esfuerzo está dirigido a no atraer el rechazo de los conocidos, funcionarios, vecinos, proveedores.

En la convivencia privada, somos un poco más exigentes al punto que ese amor más importante debe estar demostrado por la mutua satisfacción de gustos muy personales y que solemos denominar genéricamente «caprichos», «antojos», «pretensiones».

En suma: no es que los niños y los ancianos sean más caprichosos, sino que la inevitable vulnerabilidad de esos extremos obliga a mayores demandas de amor, protección, solidaridad, ayuda, todo lo cual se trasmite mediante exigencias que parecen arbitrarias.

Artículo vinculado:

Los estímulos para la vejez

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