Funcionaríamos bien si los problemas nos tornaran audaces
trabajadores y las soluciones nos tornaran avaros pero humildes.
Tenemos datos de que nuestras funciones
perceptivas de la realidad distan de ser confiables:
— Imaginemos a un cazador con una escopeta con
el caño torcido;
— Imaginemos a un buzo que intenta reparar la
parte sumergida de un buque, con las mangueras proveedoras de oxígeno
perforadas;
— Imaginemos un herrero con un martillo de
goma;
— Imaginemos a un bombero con un camión
cisterna lleno de nafta;
— Imaginemos a un excelente jugador de fútbol
con botines dos talles más pequeños;
— Imaginemos a un corredor de Fórmula 1 con el
parabrisas sucio con barro;
— Imaginemos a un presidente que sólo está
asesorado por técnicos que hablan un idioma incomprensible para él;
— Imaginemos una cárcel con rejas de madera.
En otras palabras: no podemos confiar
seriamente en que recibimos buena información de nuestros cinco sentidos. La
recibimos distorsionada.
De por sí no es fácil ganar dinero para
comprar lo que necesitamos para vivir (comida, abrigo, alojamiento), porque
todos los humanos necesitamos lo mismo y tenemos que competir. Si además no
podemos contar con una buena información porque nos llega distorsionada, lo que
no era fácil se convierte en directamente muy difícil. Para amplios sectores de
la humanidad, se convierte en imposible.
Nuestro instinto de conservación nos obliga a
ver todos los problemas como muy grandes y a todas las posibles soluciones como
muy pequeñas.
En los noticieros despiertan nuestro mayor
interés las malas noticias y las buenas noticias ya ni las informan porque a
nadie le importan.
Con esta evidencia, reconozcamos que nuestro
cerebro aumenta las malas noticias acobardándonos, asustándonos, debilitándonos
y empequeñece las soluciones (buenas noticias), tornándonos despreciativos,
soberbios, autosuficientes.
Funcionaríamos bien si los problemas nos
tornaran audaces trabajadores y las soluciones nos tornaran avaros pero
humildes.
(Este es el
Artículo Nº 1.572)
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