La naturaleza protege algunas acciones criminales en tanto
estas son agentes de cambio favorables para el «fenómeno
vida».
Nuestro cuerpo es un gran laboratorio
bioquímico, que no conoce la inactividad excepto cuando muere.
Un continuo ir y venir de sustancias, provoca
cambios, alteraciones y reacciones celulares que, en poco tiempo son frenadas
por otras sustancias. Esa dinámica es similar a la de un vehículo que circula
en las calles de una ciudad muy transitada, en la que el conductor tiene que
arrancar, acelerar y frenar, para luego comenzar de nuevo.
Las sustancias que alteran las células se
denominan genéricamente agonistas y las que detienen esos
procesos se denominan antagonistas.
Este
hacer y deshacer, arrancar y parar, moverse y detenerse, son la vida misma.
Como,
desde mi punto de vista, todo nuestro acontecer es orgánico, entonces esas
sustancias agonistas y antagonistas también operan en la
psiquis.
En
tanto somos naturaleza, es decir, no
solo estamos en ella sino que formamos parte de ella, nuestra vida no solo
depende de las sustancias internas que funcionan como agonistas y antagonistas,
sino que también reaccionamos con fenómenos externos a nuestro cuerpo que
ofician en nosotros similares reflejos de activación del movimiento y detención
del movimiento.
Para
redondear el tema «lenguaje», mencionaré que la palabra «protagonista» alude al
agonista que funciona primero, al desencadenante, el que provoca la primera
reacción de cambio en una célula, en un cuerpo o en un grupo de personas. El
individuo protagonista es el agitador, revolucionario, activista.
Existe
un fenómeno de fascinación provocado por los delincuentes, que nos frena,
enlentece, desestimula, cuando queremos neutralizar las consecuencias de sus
actos criminales (homicidio, rapto, rapiña).
Caemos
en esa ineficacia porque la naturaleza, ante el fenómeno vida (1), protege a
los agentes de cambio sin considerar los daños que sufran algunos seres vivos.
(Este es el
Artículo Nº 1.598)
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