Los estudios universitarios y de idiomas extranjeros, nos
preparan para ser buenos empleados.
Me animaría a jurar que en la población
hispanoparlante tenemos la certeza, convicción o prejuicio según el cual las
personas que acceden a un título universitario lograrán algún puesto de mando
con varias personas subordinadas.
¿Usted piensa así? Entonces continuemos
pensando juntos.
Seguramente nuestra mente imagina (representa
con alguna imagen) a nuestro hijo, parado en la cima de una montaña, iluminado
por el contraluz de un brillante amanecer. Una suave brisa agita su cabello
pero sobre todo le llena los pulmones de aire fresco, tonificante, hinchándole
el pecho de orgullo por la autorrealización y agradecimiento a los padres que
lo obligaron a estudiar lo que aceptaba a regañadientes.
Esta imagen de cúspide es una posibilidad
elevada pero no la más elevada. Existe otra que la supera.
Es posible afirmar que las personas que
estudian en una universidad (o en cualquier otra institución de enseñanza), en
un 99% estudian para ser subordinadas de otras personas cuyo don de mando
proviene de otros talentos, diferentes al que tenemos quienes nos formamos para
repetir lo que otros pensaron: científicos, filósofos, profesores.
Reconozco que las vacantes para estos niveles
tan elevados de superación personal son muy pocas y por eso una mayoría opta en
su juventud, alentados, invitados, hostigados, presionados u obligados por los
padres, opta, decía, por algo de más modestas aspiraciones: licenciatura,
doctorado, maestría.
Para completar las elevadas pero modestas
aspiraciones de los hispano-parlantes más ambiciosos, estudiamos el idioma inglés
con lo cual terminamos no conociendo ninguno de los dos idiomas.
Quienes tienen el talento y la autoconfianza
máximos, seguramente se dedicarán a investigar por sí mismos cómo funcionan los
mercados para luego contratar los servicios de quienes estudiaron para conocer
las ideas y los idiomas ajenos.
(Este es el
Artículo Nº 1.590)
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