La sociedad utiliza palabras para calificar, bautizar,
diagnosticar condenatoriamente a los ciudadanos que quiere apartar, expulsar,
desterrar.
El instinto de conservación es el gran
proveedor de energía para todas las reacciones defensivas que se activan cuando
alguno de nuestros cinco sentidos percibe algo que nos pone en estado de
alerta, haciéndonos sentir temor, miedo, pánico, terror, desesperación.
Este «apronte angustiado» es temible en sí mismo. Si le tenemos temor a ser
mordidos por una víbora, también sentimos temor a sentir temor.
Durante
esas etapas previas a la presencia del peligro real, cuando imaginamos que
corremos riesgo de sufrir, nuestra cabeza busca soluciones accesibles y una de
las primeras en aparecer son las soluciones mágicas, junto con las de huir o
agredir.
Las
soluciones mágicas solo procuran aliviar la molestia que causa el miedo aunque
quienes las utilizan creen que tienen eficacia real (neutralizar el peligro).
Las (supuestas) armas de este método defensivo son las palabras mágicas, los
conjuros, los rezos.
Como muchos
peligros son imaginarios (por ejemplo, la víboras no huyen por los rezos sino
porque son huidizas), la creencia en el poder salvador de las palabras mágicas
crece en confiabilidad y se trasmiten de generación en generación.
Existen
fenómenos de este tipo que son más sutiles pero de consecuencias
significativas.
Aunque
todos somos potenciales o reales infractores de las normas de convivencia, solo
utilizamos palabras descriptivas para designar esas faltas. Por ejemplo:
(cometemos) mentiras, robos, evasión fiscal, entre otras.
Sin
embargo, también utilizamos palabras condenatorias como, por ejemplo,
mentiroso, ladrón, estafador para calificar, tipificar y «etiquetar» a los
ciudadanos cuando queremos apartarlos, discriminarlos y castigarlos.
Como puede
verse, aquellas palabras inofensivas se convierten en verdaderos estigmas,
marcas, señales, que afectan de forma radical, definitiva e irreversible a
quienes tienen la desgracia de ser «bautizados» por el colectivo que integran.
(Este es el
Artículo Nº 1.622)
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