Aunque permanentemente actuamos cumpliendo las leyes de la
naturaleza, estamos determinados para creer que tenemos libre albedrío.
En las democracias representativas, los
ciudadanos eligen a los gobernantes por voto secreto.
Quienes no saben a quién elegir, votan en
blanco, es decir, no votan a nadie, aunque en los hechos sí están eligiendo,
quizá a la opción que menos los favorece.
Como los votos en blanco no favorecen a ningún
candidato, terminan beneficiando al que finalmente resulte ser el más votado.
Por ejemplo, si diez ciudadanos tuvieran que elegir entre dos candidatos, la
votación podría salir empatada si la mitad votan por uno y la otra mitad vota
por el otro, pero si uno de los ciudadanos vota en blanco, estará tomando (sin
saberlo) la gran decisión de evitar el empate, porque el escrutinio daría como
resultado que uno tiene los cinco votos que había recibido frente a su
contrincante que solo tiene cuatro, porque el voto en blanco queda fuera de
juego.
En suma, lo que parece una actitud de no
responsabilizarse, de lavarse las manos, termina siendo el acto
de mayor importancia. Ese votante en blanco fue quien realmente eligió al
próximo gobernante.
Sin
embargo, como desde mi punto de vista determinista, no elegimos nada, no
tomamos ninguna decisión, al igual que los demás integrantes de la naturaleza,
somos actuados por las leyes naturales, ¿por qué digo ahora que ese votante en
blanco fue quien realmente eligió al próximo gobernante?
Lo
tengo que decir así porque todos pensamos (por razones culturales,
especialmente lingüísticas) como si tomáramos decisiones. Decimos por ejemplo:
«el perro no quiso comer», «hoy lloverá», «el viento tiró varios árboles». Como vemos, el lenguaje se expresa como si estos actores (perro,
clima, viento) tomaran decisiones con aparente libre albedrío.
Estamos determinados
para creer que tenemos libre albedrío.
Nota: Los artículos referidos
al libre albedrío y al determinismo,
se agrupan en un blog del mismo nombre.
(Este es el
Artículo Nº 1.646)
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