El fenómeno de la comunicación promete más de lo que logra. ¿Es posible comunicarse? ¿Cuánto podemos saber de los demás?
Cuando decimos «Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato»,
también estamos diciendo «Los demás difícilmente sepan dónde me aprieta el
zapato».
El valor
metafórico de este refrán nos informa sobre un tema referido a las dificultades
en la comunicación: «Lo que yo sé difícilmente puedas saberlo», o «Lo que yo
estoy sintiendo te resultará incomprensible»; o «Las ideas que tengo dentro de
mi cabeza no pueden estar también en la tuya».
La intención
de todo esfuerzo comunicativo consiste en hacer una transferencia de los
contenidos mentales (pensamientos, emociones, sentimientos) de una mente a la
otra. Intentamos hacer esta transferencia mediante el lenguaje, los gestos,
gritos, llanto, cambios de color (rubor, palidez).
El refrán
que alude a las molestias del calzado es un buen ejemplo pero intentaré usar
otro que acomode mejor a lo que procuro trasmitir.
Alguien me
pregunta: «¿Cómo te va, Fernando?» y yo respondo: «Bien ¿y a ti?»... a lo cual el
otro ya no me responde porque tampoco se interesó por conocer la respuesta a su
pregunta.
Acá ya
tenemos una primera forma de incomunicación. Existen preguntas que no están
inspiradas en lo que todos imaginamos que significa una pregunta: la curiosidad
por saber algo, el deseo de aclarar una duda, el interés por disponer de cierta
información.
Si el
interlocutor realmente quiere saber cómo estoy, escucha que mi respuesta es
«Bien, ¿y a tí?», pero nota que mi cara demuestra que estoy engripado y con fiebre,
de donde el interlocutor deduce: «Está mal pero no quiere reconocerlo», «Está
enfermo pero no quiere hablar de eso conmigo», «¡Qué mala cara tiene Fernando
cuando está bien!».
En suma: ¿Es posible comunicarse? ¿Cuánto podemos
saber de los demás?
(Este es el
Artículo Nº 1.638)
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