La ambivalencia de nuestro lenguaje nos permite confesar disimuladamente que tanto queremos erradicar la pobreza como evitar que algún día desaparezca.
El primer artículo sobre el
concepto pobreza patológica lo
escribí en 2006 y este que publico hoy lleva el número 1.844.
Mis proveedores de
ideas son la psicología, la economía, la sociología, el derecho, la medicina,
(especialmente la psiquiatría), más otra que entiendo en menor grado.
En todos mis proveedores
está presente la lingüística. Los fenómenos del lenguaje son esenciales en la
construcción de ideas, teorías, hipótesis y sobre todo en cómo nos comunicamos
para intercambiar opiniones (críticas, comentarios, sugerencias).
Cuando en nuestro idioma decimos que un tratamiento es bueno
para cierta dolencia, estamos diciendo dos cosas:
a) que es bueno para liberarnos de esa dolencia (curación);
y
b) que es bueno para que la dolencia esté cada día mejor (y
paciente cada día peor).
El tercer elemento lingüístico en juego acá refiere a un sobreentendido
puesto que pocas veces decimos la oración completa, cuyo texto es: «el
tratamiento es bueno para liberarnos
de cierta dolencia».
En lo que refiere al tema tratado en los artículos de este
blog especializado en lo que por ahora yo solo denomino pobreza patológica, ocurre algo similar.
Cuando los políticos y economistas elaboran teorías y
proponen soluciones para la pobreza,
están diciendo lo mismo, es decir, que están tratando
a) de erradicar esa carencia crónica de los ciudadanos con
menores ingresos; y a la vez también dicen:
b) que están tratando de mejorar la pobreza para que nunca
deje de existir.
En psicoanálisis no podemos creer en los errores ingenuos.
Para este arte-científico los errores y la ambivalencia discursiva son lapsus, es decir, contenidos
inconscientes que toman estado conciente disfrazados de equivocación.
En suma: queremos
erradicar y a la vez conservar la pobreza.
(Este es el Artículo Nº 1.844)
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