En un artículo de reciente publicación (1), les comento que, desde el punto de vista lingüístico y considerando exclusivamente a las religiones judeo-cristianas, existe una llamativa relación entre la sexualidad y la religiosidad, a pesar de que esta parece dedicada a reprimir y criminalizar la actividad sexual no reproductiva.
La asociación entre sexualidad y religiosidad, surge porque los órganos genitales están contenidos en la pelvis, uno de cuyo hueso se llama sacro, vocablo que también refiere a lo sagrado, el sacrificio y lo sacrosanto.
Es conocido por todos que los humanos discriminamos los derechos sexuales de los hombres de los derechos sexuales de las mujeres.
Aunque queda bien defender públicamente la igualdad de los sexos, esta es una actitud falsa, hipócrita, que está de moda.
Continúa vigente la aspiración más profunda de que la mujer debe ser monógama mientras que el varón puede ser polígamo; él puede ser más promiscuo que ella; una puta es una mujer que envilece (degrada) su cuerpo mientras que el masculino (puto) es alguien que toma una opción sexual.
Observemos que la anatomía ósea, encierra los genitales femeninos y libera los masculinos.
Si observamos estos rasgos anatómicos, podemos constatar que los órganos reproductores femeninos están encerrados dentro de ese caparazón óseo, mientras que los órganos reproductores masculinos están por fuera. Podríamos decir entonces que son libres.
Si vinculamos el eje temático del artículo mencionado y este, es posible postular que el lenguaje ha consignado (homologado, convalidado) con el uso del vocablo sacro, algo que podría estar dado por la propia naturaleza de los cuerpos: la sexualidad femenina es sagrada (está encerrada por el sacro) mientras que la masculina no lo es (está por fuera del sacro).
Esta interpretación de los hechos es relativamente coherente y explica cómo valoramos a uno y otro sexo.
(1) La sexualidad sacrosanta
●●●
viernes, 19 de noviembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario