El psicoanálisis no prospera porque obstaculiza el desempeño fácil, barato y abusador de quienes detentan algún tipo de poder.
¿Por qué tantos viajeros aburren a sus amigos mostrándoles cientos de fotografías que sólo tienen algún valor para quien con ellas puede evocar (revivir) un paisaje completo, un estado de ánimo, sensaciones, comidas, sonidos, aromas?
Los motivos son varios pero al que quiero referirme es uno sólo: una imagen equivale a mil palabras.
Efectivamente, para el viajero que disfruta compartiendo sus experiencias más significativas, es harto difícil describir de forma clara qué fue lo que vivió durante su periplo.
Diría más: no es difícil decirlo sino que es imposible.
Casi nadie domina completamente su lenguaje pero aún así, ningún idioma es tan eficiente herramienta de comunicación como para transmitir sensaciones indescriptibles.
Y acá es donde encontramos una de las principales causa de por qué el psicoanálisis tiene tan poca difusión.
Ninguna publicidad es más eficiente que el «boca a boca».
Cuando un amigo nos pide que le demos una explicación de por qué el tratamiento psicoanalítico nos cambió la vida, no sabremos qué decirle, tampoco tenemos fotos para mostrarle y esa nueva vida que surge del viaje psicoanalítico, se vuelve inefable, impublicitable.
En nuestra economía de mercado, donde lo que no se dice por televisión no existe (o no debería existir porque no participa dándole de ganar a las grandes corporaciones), no es posible publicitar el psicoanálisis porque es inexplicable.
Pero existe un obstáculo aún más grave e insuperable: quienes pasan por un psicoanálisis, integran el grupo de los que piensan por sí mismos, los que estudian antes de opinar, los que no se dejan llevar por eslóganes, discursos demagógicos o consignas partidarias.
Los psicoanalizados suelen ser una piedra en el zapato de los líderes seductores.
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martes, 7 de junio de 2011
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