Al lenguaje humano, lo usamos como una herramienta o como un arma.
Lo usamos permanentemente para comunicarnos (herramienta), aunque suele ser usado para manipular, engañar, confundir (arma).
La política especializada en gobernar grandes colectivos (países, naciones, bloques, gremios), suele darse un nombre que procura sugerir alguna idea propagandística.
No conozco que existan instituciones partidarias que hayan elegido nombres como «Partido de los buenos» o «Partido de los mejores» o «Partido de los justos», porque tal grado de explicitación estaría demostrando, con excesiva claridad, cuál es la verdadera intención de sus integrantes.
Por el contrario, se han elegido nombres sugerentes, para que indirectamente se diga lo mismo, pero sin ser tan obvios.
Por ejemplo, «Partido Demócrata», «Partido Republicano», «Partido Socialista», «Partido Comunista», son denominaciones que pretenden sugerir la pureza de sus postulados, procuran hacer creer que son los legítimos (y por lo tanto, únicos) defensores de lo más esencial de la ideología que invocan en su denominación.
En otras palabras, el lenguaje usado de esta manera, intenta hacernos pensar que los únicos políticos con ideas democráticas pertenecen a ese partido y no a otro. Tratan de convencernos de que los comunistas, socialistas y republicanos, no aman la democracia, porque si la amaran, entonces serían del «Partido Demócrata».
Exactamente lo mismo ocurre con el «Partido Socialista» o cualquier otro que se autodenomine emblemáticamente, es decir, con una breve consigna que pretenda hacer pensar que «ellos —y sólo ellos— son los auténticos defensores de los valores que los identifican (democracia, comunismo, etc.)».
Como la mejor forma de esconder, es mostrar, quienes dicen ser los únicos y auténticos demócratas, comunistas o representantes exclusivos del valor supremo que sea, no son denunciados por su arrogancia e intención manipuladora, porque el descaro es tan grande, que no lo percibimos.
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lunes, 9 de agosto de 2010
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