martes, 31 de agosto de 2010

Si es inteligente, se cree tonto

Es de uso corriente rememorar frases muy antiguas, tales como «conócete a ti mismo», «sólo sé que no sé nada».

En otro artículo (1) les comentaba que aprendemos a hablar, desesperados por el terror que nos provocan amenazas reales o aparentes, que aparecen en nuestras vidas cuando somos más vulnerables que nunca.

Luego, seguimos hablando (o escribiendo) porque de esa manera sentimos que lo dicho (o redactado), se convierte en algo controlable y deja de ser atemorizante.

En otras palabras, cuando hablamos completamos el proceso digestivo de algún concepto que nos costaba asimilar, nos costaba convertirlo en propio.

El estudio que precede a eso que decimos o escribimos y publicamos, es equivalente a la digestión del tema.

Todas las conferencias, libros, cursos o simples conversaciones, refieren a un tema que interesa a quien los expone.

Ese interés es una forma de angustia.

Estar preocupados por los pueblos que pasan hambre, o por las comunidades que padecen enfermedades, o por las regiones que están en guerra, no es otra cosa que sentir el temor personal a padecer hambre, alguna enfermedad o a ser atacados por otras personas.

Quienes nos comunicamos utilizando algún medio visual, auditivo o gráfico, usamos el lenguaje para tranquilizarnos:

Los pequeños, al principio sólo gritan o lloran. Luego, sin abandonar estos mensajes tan abarcativos como inespecíficos, incorporamos palabras para mejorar la comunicación, la eficacia y los resultados obtenidos.

Un grito es una palabra (un significante, un mensaje, una señal) que, para el emisor, contiene todos los significados que piensa mientras grita (¡socorro!, ¡ayúdenme!, ¡basta!, etc.).

Las consignas del tipo «conócete a ti mismo», son pronunciadas por quienes buscamos apaciguar la angustia que nos provoca constatar lo poco que nos conocemos y nos desangustiamos aún mejor agregando: «sólo sé que no sé nada».

(1) El ansiolítico de la Real Academia Española

Nota: La imagen corresponde al cuadro del pintor noruego Edvard Munch (1863-1944), titulado El grito.

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