Paradójicamente, hablamos y escribimos más sobre lo que tenemos dudas angustiantes y menos sobre lo que tenemos certezas tranquilizadoras.
Si nos preguntáramos sobre la igualdad entre los seres humanos, tendríamos que llegar a la conclusión de que la igualdad no existe pero queremos que exista, porque se ha hablado y escrito demasiado sobre la pretendida igualdad.
De acá podemos sacar la conclusión de que nuestra mente trata de utilizar el lenguaje para rellenar aquellos huecos que la molestan.
En el ejemplo propuesto nos molesta que falte la igualdad entre los seres humanos y por eso no paramos de hablar y escribir para fundamentar a favor y en contra, con lo cual logramos entretenernos mientras nos quedamos sin saber si la igualdad existe o no existe y qué podríamos hacer en caso de llegar a un acuerdo.
De hecho hay algo que no debería ser motivo de discusión: dentro de nuestra especie existen dos sexos diferentes.
Sin embargo, tampoco podemos apoyarnos en esta verdad porque el deseo de que seamos todos iguales (característico en las perversiones) puede llegar a desconocer las visibles diferencias anatómicas y funcionales.
Imagino que la humanidad siempre discutió sobre estos asuntos, aunque para los pueblos de occidente es un hito histórico la Revolución Francesa, cuyo lema reivindicaba tres reclamos como importantes: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Como vemos, estamos ante un hecho de gran trascendencia en la construcción de nuestro pensamiento y para eso recurrimos a tres palabras, capaces de activar acciones que involucran a millones de personas.
Retomo el primer párrafo para terminar con una interrogante.
Si hablamos tanto de la igualdad porque desearíamos que exista pero no existe, ¿no podríamos pensar también que hablamos muchísimo de libertad y fraternidad porque tampoco existen y desearíamos que existieran?
Mi respuesta es afirmativa.
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domingo, 8 de mayo de 2011
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