La palabra «durar», (y sus derivados), puede conducirnos a la pobreza patológica, por inadaptación, inflexibilidad e incapacidad para aprender.
Algunas particularidades del
idioma merecen una consideración especial porque de no hacerla, pueden
entorpecer nuestra necesaria capacidad y voluntad de generar los recursos que
necesitamos para vivir dignamente.
Observemos este detalle,
aunque parezca intrascendente: El verbo durar y el adjetivo duro, tienen la
misma raíz.
El idioma permite decir: «Ella dura porque es
dura».
Por lo tanto, desde la más profunda esencia humana estamos asegurando
que la dureza genera duración.
Si le cambio las palabras por otras similares, puedo decir: «Lo
inflexible tiene larga vida».
Estas son las enseñanzas para las que no tenemos que estudiar. Tan obvio
puede llegar a ser para alguien esta última afirmación que actúa en nuestra
mente como un instinto, como algo que nacimos sabiendo.
Cuando sabemos algo sin haberlo aprendido, sin que nadie nos los haya
enseñado, ese saber tiene el máximo poder de convicción. Podríamos decir que
ese saber nos pertenece y hasta nos aporta identidad porque no es de otros sino
que forma parte de nuestro ser, como respirar, parpadear o buscar un techo
cuando llueve.
Observemos que de esta sabiduría intuitiva se deriva una consecuencia
inevitable: si lo más importante es conservar mi vida, para luego conservar la
especie (1), lo que tengo que lograr es mi longevidad, que en otras palabras
equivale a decir «tengo que durar», para lo cual «tengo que ser duro
(inflexible)».
La inflexibilidad es una condición que impide cualquier proceso de
aprendizaje y cuando evitamos cualquier proceso de aprendizaje quedamos
inhibidos para adaptarnos al medio.
La inadaptación al medio que provoca «ser duro para durar», implica no
poder adaptarnos ni a los cambios de la naturaleza ni a los de la cultura,
provocándonos una pobreza patológica
inevitable.
(Este es el
Artículo Nº 1.728)
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