viernes, 31 de agosto de 2012

La intolerancia necesaria




Los «nuestros» nos aceptarán si no dudan de nuestra fidelidad, para lo cual siempre es útil demostrar la mayor intolerancia hacia «ellos».

Desde pequeños sabemos qué significa ser «traidor» (1), es decir, alguien «que es más perjudicial de lo que parece».

Nuestro instinto de conservación observa con detenimiento a todo aquel que podría ser tipificado como «traidor».

Desde muy temprana edad el cerebro logra dividir la humanidad en dos grandes sectores a los que denomina muy genéricamente «nosotros» y «ellos».

Alguien se convierte en potencial «traidor» cuando no sabemos si pertenece a «nosotros» o a «ellos». Alguien es «traidor» cuando determinamos que es uno de «ellos» que intenta hacerse pasar por uno de «nosotros». También es «traidor» aquel que perteneció a «nosotros» y ahora lo vemos como uno de «ellos».

La xenofobia («Odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros») (2) depende de una drástica delimitación entre «nosotros» y «ellos».

Los «traidores» siempre provocan fobia, rechazo, hostilidad porque nuestro instinto parece diseñado para tomar distancia de los que son diferentes: aspecto físico, cultura, idioma.

Es posible suponer que nuestra notoria debilidad está ligeramente compensada por esta reactividad exagerada, con la que repelemos a cualquiera que no se parezca físicamente (aspecto, voz, olor) a nuestra madre. Luego aceptaremos a quienes se parezcan a nuestros familiares inmediatos, más tarde a quienes viven cerca, a los compañeros de juegos y de estudio,  a los compañeros de trabajo.

La nitidez que tengan los dos grupos («nosotros» y «ellos»), es imprescindible para nuestra tranquilidad, estado de ánimo, productividad.

Colaboramos con «nosotros» y competimos contra «ellos». La fortaleza de los vínculos con los «nuestros» depende de cuan claras sean nuestras actitudes hacia «ellos». Los «nuestros» nos aceptarán si no dudan de nuestra fidelidad, para lo cual siempre es útil demostrar la mayor intolerancia hacia «ellos». ¡Lamentablemente, es así!


 
(Este es el Artículo Nº 1.636)

La incomprensible diferencia entre futuro y pasado




El desconocimiento del idioma hace que un ciudadano confunda el «tiempo futuro» con el «tiempo pasado».

En otro artículo (1) les comento que nuestra cultura no sabe explicar «para qué hay que tener conocimientos de utilidad desconocida».

Los jóvenes que tienen que cumplir con las tareas escolares muchas veces les preguntan a los adultos para qué tienen que estudiar tal o cual asunto, siendo que en su proyecto de vida jamás tendrán necesidad de saber sobre “El Quijote”, ni sobre la raíz cuadrada de 9, ni sobre los tiempos verbales.

Casualmente quería hacerles un comentario sobre la conjugación de los verbos, por tratarse de un obstáculo frecuente en la vida estudiantil.

Desde el punto de vista semántico, «El verbo significa una acción, proceso o estado de hechos situado en un tiempo determinado.» (2)

En Modo Indicativo, «Cuando se afirma algo, el tiempo absoluto de referencia es el presente. A partir de este presente podemos hablar de hechos pasados y de hechos futuros. Todo lo acaecido antes del presente es, pues, el pasado o pretérito. Todo lo acaecido después del presente será el futuro.» (2)

Con estas dos definiciones que copio y pego de Wikipedia, estamos en condiciones de pensar que los niños y jóvenes que no tienen más remedio que estudiar idioma español, tendrán que pasar por entender estos fenómenos lingüísticos.

¿Qué podemos contestarles los adultos cuando nos preguntan para qué molestarse estudiando esto que aprendieron desde pequeños?

Los hechos parecen demostrar que el conocimiento que suponen tener desde pequeños es bastante escaso.

Los ciudadanos, que creen conocer su idioma porque lo hablan desde pequeños, escuchan una promesa expresada en Tiempo Futuro del Indicativo («haré», «solucionaré», «ustedes obtendrán»), como si fuera expresada en Tiempo Pasado del Indicativo («hice», «solucioné», «ustedes obtuvieron»).

Quienes votan alentados por una promesa, no entienden profundamente su idioma.

 
 
(Este es el Artículo Nº 1.666)

La estrechez económica y afectiva




Los múltiples significados que tienen las palabras, pueden llevarnos a procurar la «estrechez económica» como quien procura ser abrazado.

La palabra «estrechez» (1) tiene un par de significados que merecen un comentario.

Esos significados son:

Amistad íntima entre dos o más personas; y
— Austeridad de vida, falta de lo necesario para subsistir.

Las otras definiciones que nos ofrece la Real Academia Española, son afines a las mencionadas.

Los humanos somos grandes consumidores de amor, afecto, cariño, consideración, protección.

Me animo a decir que una mayoría cultivamos el genial deporte de los abrazos. ¡Qué lindo es participar de un abrazo!

Como nuestro cerebro se cree a sí mismo muy eficaz aunque no lo sea tanto, es fácil suponer que las palabras, esos ruiditos conocidos, son tan insignificantes que no podemos temerles, ni suponer que pueden influirnos de alguna manera.

Quienes dedicamos mucho tiempo a pensar en el fenómeno lingüístico, tenemos casi la certeza de que las palabras no son inocuas, ingenuas, anodinas, intrascendentes.

Bien lo saben los creativos publicitarios, quienes pueden pasarse horas y días pensando cuáles son las palabras más adecuadas para mejorar el efecto deseado: persuadir, vender, convencer, seducir, manipular.

Es una ingenuidad suponer que los sinónimos existen. Aunque contemos con diccionario dedicados a esa creencia, no es más que esto: no existen dos palabras idénticas, aunque sí es cierto que si abandonamos la pretensión de ser precisos, dos palabras pueden parecerse, dar significaciones similares, o directamente no ser importantes.

Es posible postular que estos dos significados de la palabra «estrechez» puedan influirse a la hora de «favorecer la estrechez económica con la indirecta pretensión de imaginarnos como participantes de una estrecha relación amistosa».

La importancia inconsciente que tienen los vocablos, con sus múltiples significados (polisemia), puede llevarnos, a procurar la «estrechez económica» como quien procura ser abrazado.

(Este es el Artículo Nº 1.644)


La costumbre de generalizar y la ignorancia




La ignorancia se expande como una epidemia entre quienes acostumbran «generalizar», pues suponen que los pocos conocimientos que poseen, son todos los conocimientos que pueden tener.

En un artículo anterior (1) les decía que me preocupa observar cómo a veces utilizamos la idea según la cual «cada parte representa al todo al cual pertenece», lo que en definitiva equivale a decir que cualquier molécula del universo, es como ese universo.

Dicho de otro modo, si pudiéramos analizar con suficiente profundidad cualquier molécula (de hierro, de zapallo, de un meteorito), estaríamos entendiendo todo el universo.

Por esta creencia es posible suponer que si aprendemos lo que haga falta, podremos saber absolutamente todo del estado actual del cuerpo entero de un ser humano, tan solo observando el iris (iridología o iriología) (3).

En el mencionado artículo comentaba sobre:

— la creencia en que cualquier parte de un todo da cuenta (informa, contiene, es idéntica) de ese todo al que pertenece la parte (pars pro toto); y también hacía mención a

— la metonimia, que es el formato lingüístico del pars pro toto.

Tenemos un tercer fenómeno, pariente de los dos mencionados. Me refiero a la acción de «generalizar» (2). Tomaré en cuenta la definición que dice: «Considerar y tratar de manera general cualquier punto o cuestión.»

Como vemos, esta acción consiste en ampliar lo particular, el dato concreto, la información sobre un detalle, al punto de convertirlo en la descripción de una totalidad. Por ejemplo: «Juan y Pedro son abogados. En esa familia todos lo son»; «Es la segunda vez que me dices una mentira: eres una persona falsa»; «Sentí el pinchazo de la vacuna. En ese lugar siempre provocan dolor».

La ignorancia se expande como una epidemia entre quienes acostumbran «generalizar», pues suponen que los pocos conocimientos que poseen, son todos los conocimientos que pueden tener.


   
(Este es el Artículo Nº 1.653)

Ser inseguro es ser pobre




Los pobres necesitamos un título universitario para creernos «alguien» o estudiar inglés para balbucear en dos idiomas.

Cualquiera que haya leído dos renglones de psicoanálisis ya se dio cuenta que, si me dedico con tanto amor a estudiar cómo ganar dinero para fundar y mantener una familia, es porque lograrlo para mí fue muy difícil.

Mi madre era una gran psicoanalista sin haber pasado por ninguna universidad. Simplemente le gustaba leer y estoy de acuerdo con ella en que Freud, lo que mejor sabía hacer era escribir.

Tan es así, que el único premio que recibió en vida fue como escritor y no como neurólogo (Premio Goethe de Literatura en 1930).

Como yo era muy vergonzoso, me costaba mucho presentarme ante los empleadores para pedirles trabajo.

Ella me decía que tenía que imaginármelos vestidos con ropa de playa (traje de baño corto). Esto no me dio resultado ni creo que se lo dé a alguien, aunque algunas corrientes psicológicas aún vigentes, apelan a esto de «negar» o distorsionar la realidad para salir del paso.

La vergüenza es un fenómeno claramente neurótico, resultante de la diferencia que existe entre quien realmente somos y quien suponemos que deberíamos ser.

Cuando por alguna desgracia educativa alguien nos hace pensar que deberíamos ser así o asá, el resultado es fatal, porque terminamos no siendo, desapareciendo. Nos convertimos en muertos vivos... que, por supuesto, no consiguen trabajo.

Con particular frecuencia no creo que los ricos se esfuercen demasiado para que una mayoría seamos pobres.

No es que los ricos sean ricos porque nos roban a los pobres sino que los pobres pertenecemos al gran grupo de los inseguros, de los que no confiamos en nosotros mismos, porque necesitamos un título universitario para sentirnos «alguien» y, de ser posible, estudiar inglés para balbucear en dos idiomas.

Otros artículos sobre lo inconveniente de estudiar una segunda lengua

     
(Este es el Artículo Nº 1.640)