jueves, 4 de abril de 2013

Las ventajas de la certeza están en duda



 
Este artículo hace un alegato a favor de las dudas y en contra de las certezas.

Las señales de seguridad son admirables, bellas, seductoras.

Si en plena tormenta oímos que el capitán del barco emite un mensaje a los pasajeros y tripulantes en el que nos habla con voz serena, con lenguaje claro aunque utilizando términos que pertenecen a la jerga de los marinos, denotando que tiene toda la situación controlada, nuestra angustia desciende y le agradecemos íntimamente esa confianza que nos aporta tranquilidad.

Pero no solo en las peripecias más críticas agradecemos la presencia de alguien seguro, que sabe lo que hace, que no tiene dudas. En otras ocasiones también nos gusta presenciar los despliegues de profesionalismo, de sabiduría incuestionable, de certeza firme.

Por ejemplo, en un equipo de trabajo, quien más sabe y menos duda, más probabilidades tiene de ser el líder del grupo; en los paneles de discusión propios de los programas periodísticos, donde se debaten múltiples temas de interés, convoca nuestras miradas aquel que habla con mayor seguridad.

Sin embargo, esta predilección que tenemos los humanos por la seguridad sin fisuras no es un mérito sino más bien un resabio subdesarrollado que nos quedó de la niñez más ingenua.

Estar seguro de algo es fatal, calamitoso, destructivo de la evolución del conocimiento.

Esa fascinación por la ausencia de dudas mata el nacimiento de nuevas hipótesis que podrían favorecer nuevos avances, oportunidades, saberes.

La certeza aborta las nuevas ideas porque estas no tienen cabida; anula las características individuales pues uniformizan los criterios a fuerza de ser intolerantes con cualquier otra idea que la contradiga; la certeza favorece los dogmas, las ideas oficiales, el pensamiento único, las políticas absolutistas que dependen de las doctrinas y políticas monopólicas, tiránicas, antidemocráticas, que masifican a los ciudadanos despojados de todo poder.

(Este es el Artículo Nº 1.828)

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