martes, 4 de mayo de 2010

El diagnóstico perfecciona la enfermedad

En un artículo publicado con el título La codiciada cárcel lingüística les decía que el lenguaje es una cárcel de la que no tenemos escapatoria.

Por eso decimos que somos sujetos: porque estamos sujetados, presos, cautivos.

Esta condición nos permite interactuar con los demás (comunicarnos), pero de cierta forma.

Me detengo en la palabra depresión.

Todos sabemos que es una deficiencia anímica que nos pone tristes, desganados, pesimistas.

Sin embargo, desde el momento que tenemos que usar el vocablo depresión, quedamos supeditados a tener ideas provocadas por la palabra y que generalmente nos alejan de la realidad.

El vocablo significa baja presión y —por lo tanto— también significa desinflado.

Podemos interpretar que se trata de baja presión arterial y que por eso pueden ocurrir desmayos o mareos.

La palabra desinflado sugiere falta de aire (apnea, disnea, asfixia, asma).

Podemos pensar que alguien que está desinflado, está físicamente más pequeño, imaginando que el cuerpo del paciente es como un globo de goma.

Recuerde que lo que estoy mencionando son posibles interpretaciones de lo que significa en idioma castellano la palabra depresión.

Cuando alguien está muy triste, sin un motivo conocido (sin haber padecido una pérdida significativa, por ejemplo) y durante cierto tiempo, es probable que piense que padece una depresión.

Al ser consultado, el médico quizá utilice la palabra depresión, e intente una cura con algún medicamento que por algún lado tendrá escrita la palabra antidepresivo.

Cuando se siente diagnosticado, el sujeto entra en otra zona de la cárcel lingüística, donde deberá cumplir con todo lo que la palabra depresión significa para él y para los demás, independientemente del problema orgánico o anímico que lo afecte.

En suma: el diagnóstico es un conjunto de palabras que forman parte del síntoma en tanto ellas determinan cómo debe sentirse y comportarse.

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