martes, 4 de mayo de 2010

La codiciada cárcel lingüística

Es ampliamente conocida una frase que suena inteligente, sabia e ideal para los que abusan de la comunicación:

“Somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios”.

Seguramente usted conoce gente que no la deja hablar, que quiere atrapar su atención y que se desinteresa por lo que usted quiera decir.

Si bien este fenómeno es observable en todas las edades, prevalece en la ancianidad y si bien es observable en ambos sexos, prevalece en las mujeres.

Al considerar que la frase inteligente es verdadera, podríamos pensar: «¿Esta persona habla tanto porque desea ser esclava?»

Y la respuesta es afirmativa: Quiere ser esclava.

No me canso de recordar que el sentido común tiene más errores que aciertos.

En este caso, el sentido común dice que las personas sólo estamos bien si disponemos de libertad, sin embargo tenemos motivos para asegurar que las personas también queremos ser esclavos.

El psicoanálisis afirma con mucha convicción que las personas estamos presas del lenguaje. Por esto existe la palabra sujeto (3).

Usted y yo somos sujetos porque somos hablantes, nadamos en un mar de palabras, que además ya están hechas (no se sabe por quién) y que son de curso forzoso (como esos papelitos tan caprichosamente valiosos que llamamos dinero).

En un artículo reciente (1), exageraba con una metáfora según la cual, nos cuesta entender la realidad porque sólo logramos captarla de a pequeños bocados.

Con una exageración del mismo estilo, hoy le digo que hablamos mucho (que queremos ser esclavos) porque necesitamos que nos abracen, que nos prefieran, que nos amen, que nos necesiten, que seamos imprescindibles al menos para alguien.

El abrazo es como una prisión, pero es cálida, deseable, amorosa.

Y si no podemos escuchar al otro, es porque el estado de carencia afectiva nos impide prestar atención. (2)



(1) Comer la verdad

(2) Cállate que estoy hablando

(3) Tenemos libertad condicionada

●●●

No hay comentarios: