martes, 4 de mayo de 2010

Nadie es mejor que mi perro

Estamos acostumbrados a hablar genéricamente de seres humanos (especie) para referirnos al conjunto de hombres y mujeres.

Dentro de la naturaleza, lo único que tenemos que hacer es conservar lo que llamamos «genéricamente seres humanos».

En el proceso de reproducción, los varones tenemos una participación escasa si la comparamos con la que tienen las mujeres.

El varón satisface su deseo sexual y continúa con sus asuntos personales. La mujer, en caso de quedar embarazada, comienza un largo proceso que puede terminar 20 años después, con el casamiento de su hijo.

Siendo que la conservación de la especie es nuestra tarea más importante y teniendo en cuenta que participamos de forma tan diferente, correspondería pensar que hombres y mujeres pertenecemos a categorías tan distintas que hasta podría decir que somos dos especies diferentes.

Por lo tanto —y volviendo al primer párrafo—, podría decirse que los hombres pertenecemos a una especie y las mujeres a otra especie.

Aunque continuemos llamándonos «genéricamente seres humanos», la semejanza que hay entre unos y otros se menor a la que imaginamos.

Cuando hablamos de mamíferos, podemos pensar en vacas, tigres, ratones, seres humanos, caballos.

Algo muy importante que los mantiene en categorías distintas es que una vaca no puede ser fecundada por un caballo y así en cualquier otra combinación imaginable.

Por lo tanto pensamos que una hembra y un macho pertenecen a la misma especie sólo si pueden fecundarse entre sí. Éste es el dato decisivo (1).

Este único dato ¿no estará recibiendo excesiva relevancia en nuestra interpretación de la realidad?

Observemos que hombres y mujeres nos llevamos bien —muy bien y hasta mejor—, con los perros y otras mascotas.

Decir que somos de la misma especie, ¿nos ayuda o nos impide comprendernos?

(1) El lenguaje ¿formará parte de la complementariedad reproductiva?

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