lunes, 3 de mayo de 2010

¿Y a esto cómo lo podemos llamar?

Me sucedió algo fantástico y conste que no soy exagerado.

En uno de mis frecuentes viajes en ómnibus (colectivo, micro), el tránsito estaba muy crispado (nervioso, excitado, irritado) y nuestro conductor reaccionaba haciendo maniobras rápidas, quizá olvidando que venía con cerca de ochenta pasajeros, veinte de los cuales estábamos de pie.

En cierto momento alguien se puso de pie para descender y la jovencita (veinte años quizá) que podría haber utilizado el asiento libre me preguntó si no quería aprovecharlo.

Es la primera vez que me pasa y sentí una agradable emoción.

Luego me llamé a la realidad y me dije: «Quizá ella también descenderá en unos minutos y por eso me cedió el asiento».

Me quedé atento a confirmar mi hipótesis, pero felizmente no la confirmé. Ella me cedió el asiento en un gesto de amabilidad, como una cortesía, por el simple deseo de gratificar a un desconocido.

Tengo que explicarle por qué esta anécdota mínima es tan trascendente.

Cuando un hombre le cede el asiento a una mujer, se dice que él tuvo un gesto de «caballerosidad», pero para describir la cualidad de este gesto de la jovencita NO TENEMOS VOCABLO.

Por lo tanto, ella tuvo un gesto «incalificable» (por omisión de nuestro lenguaje, por simple pobreza lingüística).

Aunque parezca insólito, nuestras mentes funcionan organizadas por el lenguaje. Ese instrumento social determina qué se puede hacer y qué no se puede hacer, pero lo hace de una manera implícita (no explícita).

Lo más importante de esto es que nuestra conducta está influida por nuestro inconsciente y éste por el lenguaje. «¡Aunque usted no lo crea!» como diría Ripley.

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