martes, 4 de mayo de 2010

¿Qué quieres decir?

Cuanta un relato humorístico que un mudo integraba una multitud de personas donde se realizó el sorteo de un gran premio.

Quiso la suerte que él fuera el ganador pero mientras comenzó la cuenta regresiva para que apareciera el afortunado o se resolviera extraer otro número del bolillero, su discapacidad le impedía pedirle a la gente que le dejara pasar al escenario.

Desesperado por su impotencia y faltando escasos segundos, se le ocurrió abrirse el pantalón y mostrar su pene.

Algunas damas horrorizadas comenzaron a gritar «¡El mudo lo sacó! ¡El mudo lo sacó!» logrando de esta manera detener la cuenta regresiva del organizador.

Aunque todos pensamos que los niños siempre son felices porque pasan mucho tiempo jugando, sufren tanto como el mudo del relato porque es desesperante para ellos la dificultad que tienen para hacerse entender por los adultos.

Es muy probable que nuestro cuerpo sufra como quienes se desesperan pidiendo ayuda sin hacerse entender por quienes podrían ser los salvadores.

Quien recibe las señales más significativas del cuerpo es el propio enfermo, pero éste tiene que hacer una traducción a un lenguaje (el que hablamos) muy pobre porque las sensaciones (señales) no siempre son tan claras como para decir «me duele este diente».

Por este motivo (la dificultad en describir adecuadamente), nuestro principal proveedor de curación (la medicina clásica), suele no tomar en cuenta los dichos del paciente y prefiere guiarse por la información que brindan sus aparatos.

La mayoría de las veces esto funciona. Pero en algunos casos desoímos indebidamente esos mensajes creyendo que son simples creencias, sentimientos, miedos, supersticiones, ocurrencia ... como las del niño cuyos pedidos de ayuda desatendemos porque no entendemos qué nos pide.

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