domingo, 16 de mayo de 2010

Esta “cosa” me provoca “cosa”

El hijo que pierde a sus padres, es huérfano y el padre que pierde a su hijo, es ... ¡No tenemos un vocablo para designar a quien padece uno de las peores tragedias que nos pueden ocurrir, cual es soportar el fallecimiento de un hijo!

En un terreno menos doloroso, tenemos muchos vocablos para hablar de sexo pero, mayoritariamente, las personas hablamos muy poco de esa función esencial, natural e imprescindible (para la conservación de la especie).

La función del habla tiene más de un objetivo. El más evidente, es el de comunicarnos. También lo usamos para ordenar nuestro pensamiento con la estructura gramatical que poseen los lenguajes.

Existe una utilidad menos conocida aún. Me refiero a representar las ausencias angustiantes.

Por ejemplo, si ahora evoco el nombre de una persona amada, aliviaré la angustia que me causa su ausencia.

Tan importante es esta función del lenguaje, que en algunas épocas y culturas llegó a prohibirse darle nombre a ciertas divinidades.

Los innombrables son aquellos personajes ideales que merecen tanta veneración, que ni siquiera se les puede dar un nombre, ya que dárselo, equivaldría a una forma de disponer de ellos, permitiría evocarlos sin el debido respeto, personas de cualquier rango social, podrían vincularse con él inmerecidamente (un no religioso, por ejemplo).

No faltan quienes llegan a decir que «la palabra mata a la cosa nombrada», exagerando de esta forma su valor representativo (por ejemplo, la palabra «vaso», representa al recipiente de vidrio) y lo que dicen estos extremistas es que, en la mente de algunos, la palabra es idéntica al objeto (persona o idea) que representa.

Como usted ve, hay varias ideas sobre las palabras y su utilidad.

Por alguno de estos motivos, quienes más veneran, idolatran, temen y admiran el dinero, se avergüenzan cuando hablan de él.

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