Con la palabra «perversión» definimos muchas cosas. Todas negativas.
En su origen «pervertir» significó trastornar.
Una perversión sexual es toda aquella práctica diferente al coito genital heterosexual.
Para mí que lo que se quiso decir es que si la sexualidad no está al servicio de la procreación, entonces es perversa.
Creo que el motivo por el que esta palabra no goza de buena fama obedece a que en otras épocas (diría de 1950 hacia atrás) había que estimular de cualquier manera la natalidad porque los seres humanos morían en cantidades preocupantes por causa de las enfermedades y las guerras.
Los humanos generadores de opinión (científicos, religiosos, políticos) temieron que se extinguiera nuestra especie y por eso demonizaron la sexualidad no reproductiva.
Tengo la sensación de que la preocupación actual es que ya somos muchos.
Cada vez hay menos guerras genocidas, la medicina está arrebatándole ejemplares a la muerte y los recursos informáticos están eliminando fuentes de trabajo.
Por eso aplaudimos el casamiento entre personas homosexuales (que no traerán más gente al planeta), luchamos para despenalizar el aborto y estamos muy liberales para aceptar las prácticas que cuando éramos pocos, se definían como perversas, tales como:
Masturbación, sexo oral, sexo anal, aparatos estimulantes, pornografía y todas las inofensivas parafilias (voyeurismo, animalismo, fetichismo, etc.).
En otras palabras: una vez superado el temor a desaparecer como especie, nos sentimos autorizados a disfrutar de los placeres sexuales sin tener que preocuparnos como antes por el destino final del semen.
Como el lenguaje es muy resistente a los cambios, seguimos pensando que las perversiones son siempre negativas, pero me animo a reconocer que muchas veces son divertidas, estimulantes, aeróbicas.
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martes, 4 de mayo de 2010
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