lunes, 3 de mayo de 2010

La violencia invisible

La violencia física es un hecho social que se mantiene sobre todo porque no es posible salir de la confusión conceptual con la que se piensa y se debate.

Un gato doméstico puede convertirse en un tigre si se siente amenazado y no tiene para donde huir. De modo similar, el uso habilidoso del lenguaje puede poner en riesgo la salud mental de muchas personas.

Me corrijo: muchas personas creen que ante ciertas agresiones verbales pueden enloquecer si no detienen ese discurso perturbador. Esa creencia se convierte en certeza para quien se siente amenazado y no sabe cómo huir.

En ciertas circunstancias, una oración puede equivaler (y hasta superar) la contundencia agresiva de un golpe en la cara con el puño cerrado.

Vuelvo al gato: Si alguien acorrala al felino para vacunarlo para que no se enferme, éste no sabe que lo quieren proteger y se siente amenazado de muerte. Reacciona por lo que él siente y no por lo que realmente está sucediendo. La verdad del gato es distinta a la verdad del veterinario.

¿Con qué criterio evaluamos la violencia?

La condena casi automática a la violencia física está desconociendo torpemente la violencia psicológica, los chantajes emocionales, la habilidad discursiva puesta al servicio de destruir moralmente al adversario.

Está de moda condenar la agresión física y está de moda ignorar la violencia psicológica. Está de moda considerar que siempre el golpeador más aventajado físicamente es el victimario sin evaluar la agresión del golpeador más aventajado intelectualmente.

Omitir estas consideraciones es la mejor forma de perpetuar la violencia en general.

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